Hace 9 años, en el 2004, la vida me regaló el encuentro con María, una mujer brasilera de 32 años, pelo largo liso teñido de rubio, piel morena, ojos expresivos, educada, de 1,57cm de altura, cuerpo armónico, inteligente y marcadamente discreta en su estar. Nos conocimos en el Centro Espirita Amalia Domingo Soler de Barcelona donde, en esos momentos, colaboraba en el departamento de Acogida.
María entró en el Centro detrás de la mujer que nos la presentó. Se mostraba tímida. La saludé y me dispuse a explicarle el funcionamiento del centro, las actividades que se desarrollaban, dónde y cómo podría participar, horarios, etc. Me escuchó en silencio, asintiendo con la cabeza de vez en cuando. La invité a participar de la clase que se iba a desarrollar en breve y accedió con una breve sonrisa.
Durante toda la clase, María permaneció atenta, interviniendo en alguna ocasión con humildad y muestras de la sabiduría que otorga la experiencia de la vida. Su rostro fue relajándose progresivamente hasta que al terminar el aula, se acercó para preguntarme si podría escuchar su historia porque necesitaba ayuda y para eso necesitaba contarnos cómo había llegado hasta allí y cual era su situación. Entramos en una estancia privada cómoda; la invité a sentarse donde quisiera y cuando estábamos una frente la otra, sin nada entre las dos, María me miró a los ojos en silencio. Pude percibir su semblante con atención. El único sonido que se escuchaba era su agitada respiración.
A lo largo de mi vida, he atendido a muchas personas de toda condición y sexo, en situación de sufrimiento, desesperación, angustia y miedo. Nada de lo que me pudiera contar iba a sorprenderme, porque el dolor tiene mil caras pero sigue siendo dolor. Estaba preparada para escuchar cuanto quisiera contarme. Su voz dijo sin dejar de mirarme: «Gracias por escucharme. No estoy muy acostumbrada a eso. Más bien soy yo la que siempre escucho; me pasa desde pequeña». Agachó la mirada y respiró despacio. Volvió a mirarme fijamente y dijo: «Soy puta. Una puta. Vendo mi cuerpo y ya no puedo más.»
Siguió hablando durante casi una hora sin pensar en lo que decía, como un río donde corre el agua que va al mar. Su verbo era cultivado, hablar lento, casi sin acento, algunas palabras en catalán porque «soy muy lista, se me dan bien los idiomas». Hablaba ruso, ucrainés, búlgaro, polaco, castellano y algo de inglés. Lo había aprendido con las chicas de la calle, el burdel, el piso… donde alternaba a lo largo de toda su vida desde jovencita.
Nos encontrábamos cada semana en el centro. Asistía a las clases y empezó a colaborar en alguna actividad. Fue recuperando fuerzas poco a poco. Estaba en casa de una amiga que la acogía sin cobrarle nada mientras «me pongo buena», decía. María y yo llegamos a ser amigas.
María empezó a diseñar su futuro lejos de la calle: su plan era comprarse un ordenador y tomar clases de informática para trabajar como recepcionista en alguna empresa. «Tengo muchos idiomas y don de gentes» decía riéndose con la boca grande. Una vez por semana, venía a dormir a casa y pasaba dos días con nosotros. Los niños la adoraban, sabía como tratarlos. También conocía extensamente remedios de plantas y hierbas. Lo había aprendido en su Brasil natal de niña, en el campo con las mujeres ancianas de su pueblo que le enseñaron casi todo sobre remedios naturales. María sabía hacer muchas cosas que ella decía le servirían para «salir de todo esto y vivir».
En nuestros encuentros, solíamos hablar de su vida, «me hace bien -decía- no lo he contado nunca a nadie»: de su difícil infancia, adolescencia, su primer novio, el primer cliente, las palizas, el miedo, el dinero, el lujo, la hermandad que surgía entre las «chicas de la calle», las envidias y la competitividad, los abusos, los clientes, sus desdichas,… y su enorme corazón se mostraba limpio, puro, sin mácula. «Los clientes vuelven a por mí porque yo les curo, los entiendo»- decía y sus ojos se hundían en una profundidad insondable para mí. Había veces que súbitamente dejaba de hablar y entonces decía que hay cosas que mejor no decirlas nunca.
En una ocasión María me contó que haciendo calle en Brasil, cuando era pelirroja y con veinte años, un famoso cantante que estaba haciendo gira por tierras brasileras, la escogió para una noche. La química que surgió entre ambos hizo que María fueron transcurriendo los días y los meses, y María seguía acompañándolo hasta el punto que el cantante le ofreció llevarla a su país, pagarle un piso, estudios universitarios de botánica (tal era su sueño), darle todo lo que ella quisiera para tener la vida que ella quisiera, y se negó porque «yo soy libre, y todo lo que consiga en la vida será por mi misma» argumemtó.
De la noche a la mañana, María tubo que marcharse de la casa donde estaba porque el «chulo» de su amiga le había dicho que eso no era una casa de caridad y que si quería vivir allí había de trabajar para él. Decidió volver a la calle y a un gimnasio donde concertaban citas para clientes; eran muchas horas diarias pero «lo hago para pagarme el piso y el ordenador. Es momentáneo. Cuando tenga el dinero, lo dejo». Y así fue, en dos meses reunió todo el dinero necesario para empezar de nuevo, aunque su rostro y su ser reflejaban un profundo cansancio.
En el transcurso de estos meses, un día vino a verme con un hematoma en la cara. «Un cliente desafortunado», me dijo bajando la mirada. Al mostrarle mis dudas de si valía la pena esperar a tener todo el dinero para empezar de nuevo, ella insistió que quería hacerlo así. Con la cara golpeada no podía trabajar, así que el plazo de tiempo se alargaría. Habíamos decidido que vendría a vivir a nuestra nueva casa, lejos de la ciudad y de todo lo conocido, encontraría un trabajo de canguro o dependienta en algún comercio de la zona, mientras estudiaba informática. Entonces no era tan difícil encontrar trabajo y estábamos convencidas que el plan funcionaría.
María se agotaba día a día. Sus fuerzas se deterioraban. Llegó el día anhelado. Habíamos quedado en recogerla a una dirección que me facilitó. Su equipaje era una única maleta y el ordenador que aquella misma mañana iba a comprar. Estuve esperándola más de dos horas, llamándola a su móvil desconectado. No apareció. Durante varios días, estuvimos buscándola en los sitios que podía frecuentar, llamamos a su familia en Brasil, recorrimos calles,…. María no apareció.
Desde entonces han pasado muchas lunas. En ocasiones, con una amiga común, la recordamos. No tenemos ninguna pista para seguir, ya no hay teléfonos de familiares en Brasil, sólo un extraño vacío. Pero María sigue viva en mí. He gestado todo un mundo en mi interior hasta parir la aceptación de que todo cuanto existe tiene una finalidad y está sujeto a un pacto de Amor. Aunque sea atroz la furiosa prostitución, la industria del sexo existe como el pájaro en el bosque y la ballena en el mar, como el fuego que destruye y la guerra que extermina, como el pecho de una madre amamantando a su bebé y la risa sincera de las niñas.
Mientras haya personas que compren cuerpos para saciar sus carencias, mujeres como María seguirán existiendo para cumplir su pacto de Amor y compromiso con la vida. Me ha costado mucho entenderlo y aceptarlo. Ha llovido mucho en estos nueve años querida María.
Entraste en mi vida y la colmaste de tesoros valiosos que he ido descubriendo en mi en la medida que se creaban espacios de escucha en mi interior. Dejé de querer salvarte para amarte sin más, honrando tu ser, tu existir, tu servicio a una humanidad en transformación. Ha dejado de dolerme el saber que todavía necesitamos vivir experiencias devastadoras para experimentarnos como seres humanos, complejos, neutros, inmersos en un universo geométricamente sagrado, armónico, donde cada ser tiene su función primordial en el engranaje de la vida y en su consciencia superior pacta cada detalle de su existir, sellando compromisos de Amor y Servicio que nos unen.
Mucho queda por andar y hacer para sanar tanta locura. Se inician acciones aisladas como en Suecia donde la prostitución es considerada como un aspecto de la violencia masculina contra las mujeres, niños y niñas y se reconoce legalmente como una explotación del ser humano, aplicando leyes en consecuencia, pero hay todavía un largo camino que recorrer para no prolongar sufrimientos y educar al ser humano en el impulso saludable de transformación individual, colectiva y cósmica.
He dejado de pensar con el cerebro para pensar con el corazón y con el tiempo he conseguido crear en mí la propuesta biocéntrica que me va a permitir trabajar con mujeres que como tú, ejercen la prostitución en calles, burdeles, pisos clandestinos, plazas, descampados, cumpliendo así su pacto de aprendizaje, servicio y Amor, y pongo Amor en mayúscula por que me refiero al Amor Incondicional, la energía magnética que nos atrae a todos los seres hacía la Unidad. Inicio mi viaje el martes 18 de marzo en la Asociación Actúa Vallés.
Me siento honrada de iniciar este servicio sin fecha de caducidad. Gracias María por impulsar en mí el deseo de servir y acompañar a estas valientes mujeres.Vamos despacio porque vamos lejos, muy lejos. Te iré informando.
Amor y Servicio