Hace dos años que colaboro con la entidad Creu Roja (Cruz Roja) de mi pueblo en un proyecto para la prevención de Autolesiones y la gestión de las emociones en jóvenes de 3ª y 4ª de ESO de todos los institutos de mi comunidad. De hecho, el primer año sólo fue para 3º pero la buena acogida del proyecto ha hecho que este año incluyeran también las clases de 4º. Esperamos que se vaya ampliando a 2º de ESO y también a bachillerato.
El proyecto surgió a partir de que en los institutos detectaron un incremento escandaloso en la práctica de autolesiones entre los jóvenes de 3º de ESO y un índice muy bajo de autoestima justo después de la pandemia y, sigue aumentando hasta el día hoy de forma verdaremante alarmante. ¿Cómo se detectó? La actitud en clase es uno de los síntomas de alarma, pero sobretodo porque se repartieron cuestionarios anónimos en los que se verificó que, en cada aula de instituto, donde lo normal es que haya entre 26-30 jóvenes, el año pasado se detectaron entre 1-2 jóvenes que se autolesionaban físicamente y este año, el número es de 3-4 jóvenes por aula, lo que quiere decir que emocionalmente están en un grado de autoestima cada vez peor.
Desgraciadamente el proyecto es sólo una vez al año, durante los meses de noviembre y diciembre, haciendo un taller por aula de una hora de duración. Es de risa la incidencia que podemos hacer en estos procesos, pero es lo que hay.
Mi colaboración con Cruz Roja es como educadora biocéntrica dentro de un equipo formado por dos técnicas de educación e integración social, y dos estudiantes de Integración social en prácticas. La visión biocéntrica que aporto al equipo, ha permitido que dejáramos aparcadas las diapositivas y la clásica charla, repitiendo el patrón unidireccional de emisor-receptor en el formato “las/los que saben” informan y dan las soluciones a los alumnos y alumnas (según la etimología de la palabra quiere decir discípulos, lo que me invita a preguntar ¿de quién o de qué?), y hacer una propuesta biocéntrica basada en la vivencia, interactiva, dinámica, reflexiva y pre-reflexiva, donde el sujeto individual y el colectivo son una entidad viva y por tanto está en constante transformación. Esto implica que reconocemos que cada aula es distinta, hay individuos distintos, singulares, con necesidades singulares, que requieren vivencias pedagógicas capaces de conectar con la complejidad del individuo y la del colectivo. Como dato quiero decirte que en todos los institutos las aulas de varias líneas, están distribuidas de forma que en unas están las personas más estudiosas y menos «conflictivas», o sea, que molestan menos; y las aulas donde reúnen a todos aquellos seres que presentan dificultades en el aprendizaje, en la atención y en el comportamiento considerado no adecuado. Esto es así y es muy preocupante porque indirectamente, si podemos decirlo así, etiqueta a los estudiantes, los encasilla, aunque después hagan la semana de la violencia de género y llenen los pasillos de las mujeres y hombres asesinados, o se empeñen en hablar con el género neutro para que todo el mundo se sienta incluido y cosas así que, en sí mismas, parecen pedagógicas, pero se quedan solo en una capa muy superficial confundiendo a los jóvenes que están aprendiendo a «ser en el mundo» con mensajes contradictorios, carentes de integración real y coherencia existencial.
Como te decía, volviendo al proyecto, a pesar de que las educadoras e integradoras sociales tituladas y las que están en prácticas tienen verdadero interés en desarrollar un trabajo integrador, continúan aplicando técnicas y herramientas que han aprendido en sus formaciones, que si bien funcionan, lo hacen hasta sólo un punto ya que siguen estando fundamentadas en el paradigma antropocéntrico, o sea, la sacralidad de la Vida brilla por su ausencia. Aun así, el equipo con el que estoy colaborando es totalmente permeable a todas las propuestas biocéntricas que hago. De hecho se sorprenden gratamente de la efectividad de la metodología biocéntrica integrativa (MIB), sobre todo porque cuando entramos a las aulas y nos encontramos con jóvenes sentados en sus pupitres individuales o de pie hablando, lo que realmente encontramos es un alto grado de complejidad humana que nos pide actuaciones diversas que se adapten a las necesidades reales del momento y del grupo y no sirven las propuestas donde el individuo y el colectivo se percibe como un estándar. Necesitamos acciones que verdaderamente muevan y transformen su «estar» para que ese estar se convierta en un Ser en el mundo, participando de la Vida y tomando parte de su evolución constante. La gran noticia es que el método biocéntrico integrativo funciona. Siempre. Con la educación biocéntrica conseguimos que, sea cual sea la situación con la que nos encontremos y te aseguro que a veces no es nada fácil, eso que llamamos Vida, ocurra, se manifieste, se exprese, sea.
En general y de una manera sistemática, en todos los institutos que visitamos, nos encontramos, a excepción de muy pocos (por cada aula uno o dos jóvenes quizás) a jóvenes tremendamente desmotivados, frustrados, enfadados, sin perspectiva de futuro, sin determinación, con cero motivación para participar en las propuestas. Son como hojas movidas por el viento que van o vienen según sople el aire y, como mucho deciden cerrarse en su mundo como protesta a todo lo que viven y no saben manejar. Pues bien, lo primero que hacemos es retirar las mesas y poner las sillas en círculo. Eso, en sí mismo, ya genera un movimiento que nos permite situarnos en una posición de acercamiento y de igualdad. Después, cuando empezamos a dialogar hablando desde el corazón, sin lecciones que dar sino compartiendo saberes, se van destacando algunos y algunas alumnas y van compartiendo poco a poco.
El ambiente de aprendizaje-desarrollo se va generando con las propuestas biocéntricas y cuando llegamos al movimiento-vivencia, entonces es cuando surgen las risas abiertas, la alegría ha dominado el espacio de encuentro y con ella, la energía ha cambiado en su totalidad. Es como si se hubiera hecho la Luz. Después volvemos a la reflexión ampliada, a revisar lo que ha ocurrido en ese tiempo-espacio. En ese momento suelen surgir muchos silencios de introspección, de reflexión ampliada, silencios que hablan de darse cuenta de que no siempre hay palabras para decir y sí hay la corporeidad viviente.
Al final, siempre, repito siempre, hemos conectado. Unos más receptivos que otros, pero hemos creado juntos la conexión y eso es lo que importa. Nos hemos escuchado mutuamente, hemos dialogado con la mirada, con el gesto, y hemos dejado una semilla en cada uno de ellos y ellas; depende de cada quien lo que haga con esa semilla. Eso ya no está en nuestras manos. Lo que si está en nuestras manos es haber hecho lo mejor que hemos sabido hacer y, en ese hacer, hemos aprendido todas, y aquí yo también me incluyo, porque es en el ejercicio de las vivencias pedagógicas, de la puesta en marcha, de la improvisación, cuando voy percibiendo aquello que preciso mejorar, aquello que ha servido, aquello que no conviene repetir y lo que sí. Esa es nuestra labor: aprender siempre. De momento solo es una vez al año y resulta tan poco, tan ínfimamente poco, que solo queda seguir adelante sin vacilar. Cada segundo cuenta en este momento de la historia de la humanidad y de la Tierra.
La hora que tenemos para cada aula, ha pasado volando. La alarma de la fábrica-escuela donde deberían aprender a Ser aquello que son y no lo que deben ser según los patrones establecidos por un sistema de esclavitud y desprecio a lo humano, ha sonado con estruendo indicándonos que ya se ha termino el tiempo de nuestro encuentro. Entramos en cada aula como unas desconocidas y nos despiden con sonrisas, algún abrazo improvisado, un ¡Volved pronto!.
¿Por qué te cuento todo esto? para que tú que lees esto, que de alguna manera has llegado hasta aquí por resonancia álmica, sigas insistiendo en tu labor de amor, en tu servicio a la vida, sea cual sea la manera en que hayas decidido ofrecer tu apoyo a la Gran Madre. No importa lo que te encuentras fuera, con lo que te encuentres más allá de ti, puede transformarse si persistes en tu centro vital, donde el alma nos habita y es ella la que habla y dice, no tu ego. Obvio que necesitamos nuestra singularidad, nuestra mente, nuestra corporeidad vivida y es esa vivencia de la corporeidad la que puede sembrar semillas de Luz que despierten las almas atrapadas en la ensoñación. Recuerda que si encarnamos en este momento y decidimos hacernos facilitadoras y educadoras biocéntricas, es porque asumimos nuestra misión aquí en la Tierra que habitamos. No podrás rescatar a nadie si no te rescatas a ti primero. No pretendas ayudar a otras si primero no te ayudas a ti misma. Enseña con el ejemplo de tu bienestar y de tu biendecir.
El cambio de Era nos pide un cambio interior que nos recuerde qué somos. Sólo con la transformación interna podemos llegar a una transformación colectiva real, sembrando paz donde hay discordia y armonía donde hay lucha. Cada quien es libre de escoger qué hacer con lo que recibe, así que ocúpate sólo de sembrar acciones provida con tus actos. Todos nos necesitamos unos a otros, y los jóvenes de la tribu humana nos necesitan más que nunca porque el futuro es lo que sembramos ahora y merecemos un mundo mejor. Por las generaciones venideras y por todos nosotros.
No estás sola, no estás solo. Somos muchos ya, cada vez más. Sigamos unidos en lo único que importa: la Vida.
Amor y Servicio