El pasado viernes 6 de abril, impartí una aula de Educación Biocéntrica en la Escuela Municipal de Adultos de mi pueblo, Castellar del Vallés. La directora del centro, Antonia, estaba interesada en ver el alcance del método en sus estudiantes de ciclo superior. Disponía de una hora, de 11.45 a 12.45h.
El aula era convencional: mesas individuales y sillas donde los/las estudiantes ocupaban su lugar; luz natural agradable y una puerta que daba a un jardín frondoso. Eran 18 estudiantes entre 18-20 años aproximadamente, más dos profesoras y la directora. Curiosamente había bastantes más chicos que chicas.
Lo primero que hicimos fue despejar la sala colocando las mesas y las sillas apiladas unas sobre otras para disfrutar de un espacio diáfano donde movernos. Mientras despejaban el aula, probé el equipo de sonido y la sala se llenó de música. Había escogido una música que tenía la certeza que podría gustarles. El efecto que causó el nuevo espacio de su aula junto a la música, fue decisivo para crear un ambiente distendido y de curiosidad.
Nos pusimos en ronda de pie e hice una muy breve presentación sobre mí y la propuesta de Educación Biocéntrica (sólo tenía una hora y quería aprovecharla para entrar en vivencia pedagógica). Comenté que en Educación Biocéntrica el «Portarse bien» no existe porque entendemos que siempre hacemos lo mejor que sabemos y/o podemos, y que todo lo que ocurre en la clase nos concierne a todos y todas, así que invité a las profesoras a relajarse de su rol pedagógico y a disfrutar del rato que íbamos a estar juntos y juntas. Las tres profesoras sonrieron aliviadas mientras los/las estudiantes las miraban con ojos chispeantes. Una de las profesoras dijo al grupo que sería difícil para ella pero que lo agradecía. Todos y todas volvimos a sonreír con una cierta complicidad. [La verdad es que durante toda la aula, no hubo diferencia entre profesoras y estudiantes].
Empezamos con un par de juegos de presentación creativa en ronda y dos juegos de toma de atención; la intención era zarandear sus estructuras cognitivas y prepararlas para una nueva manera de aprendizaje-desarrollo.
Empezamos con Circulo de Cultura de palabra generadora propuesta por la facilitadora. Llevaba tres palabras generadoras que me parecieron adecuadas para dejarles un mensaje claro en qué pensar sobre sus sueños de futuro, sus ilusiones y la manera de abordarlos. En la Escuela de Adultos, los/las estudiantes vienen rebotados de otros centros educativos donde no han podido superar los cursos básicos. La mayoría son chicos y chicas diagnosticados de hiperactividad y TDH, de falta de atención, de estigmas y etiquetas que los marcan como «raros» «inadecuados», «no-óptimos», «no aprovechables» para el sistema en el que vivimos. Mi deseo era transmitirles con esas tres palabras generadoras, un estímulo para percibirse a ellos y a su entorno, de otra forma en la que la Vida es protagonista por excelencia más allá de etiquetas y que cada uno/una posee cualidades y dones para ofrecer.
Antes de dar las palabras generadoras, les propuse dividirse en tres grupos. No les dije tres grupos de 7-8 personas. La intención era que se organizasen entre ellos para generar los tres grupos propuestos. En nuestra sociedad, estamos acostumbrados y acostumbradas a ser dirigidos, conducidos, guiados; suele haber poco espacio para la espontaneidad y la autogestión, así que si creamos situaciones para que eso ocurra sin intervenir, la tendencia siempre es a la armonía.
Una vez creados los tres grupos, explicamos la dinámica del círculo de cultura y distribuimos una palabra por grupo: SABER, AMAR, PODER. Al terminar, hicimos una gran rueda y cada grupo expuso su síntesis a todo el colectivo. Hubieron comentarios maravillosos, oportunidades de hablar sobre la importancia del lenguaje poético, la riqueza de expresar desde el sentir; surgió la expresión de la espiritualidad poco común en las aulas, y aunque generó risas y un cierto abucheo, al escuchar el relato de las personas, sobrevino el respeto y la consideración a la diversidad.
El tiempo corría y ya era la hora del cierre. Mi deseo hubiera sido seguir haciendo una síntesis creativa pero no daba para más. Nos reunimos en una ronda alrededor de las palabras puestas en el suelo de forma que todos y todas pudiéramos leerlas. Mientras las palabras eran leídas en silencio, propuse que se cogieran por la cintura. El silencio que había en ese momento me invitó a decir: Ahora vamos a fijarnos en las palabras generadoras SABER, PODER, AMAR y las vamos a poner en primera persona.
Yo Se, Yo Puedo, Yo Amo.
El efecto que causó fué maravilloso; ví muchos rostros con la expresión del que recibe un grato presente; alguno quedó pensativo, intentando analizar, pero no era momento de pensar, sólo sentir el efecto de las palabras en su interior. Enseguida les invité a cerrar los ojos y puse una música suave. El balanceo surgió discreto entre risas nerviosas y algún que otro desconcierto. Terminamos ocho minutos más tarde de lo previsto pero nadie dijo nada al respecto, sólo gratitud, sonrisas, aprobación, breves comentarios explícitos de satisfacción. El objetivo se había conseguido.
Cuando el aula ya estaba en su orden habitual, nos quedamos hablando la directora y las profesoras. Estaban gratamente sorprendidas. Contesté algunas cuestiones que surgieron, comentamos detalles del compartir de los/las estudiantes durante la actividad,… Al final, la directora dijo que van a reunirse en claustro y buscar la manera de introducir la educación biocéntrica en su curriculum escolar.
Que así sea !