Vaciar la mente para sentir y percibir la vida como pulsa a ritmo de presencia. Respirar con consciencia del momento para sentirme viva en el presente. Volver al estado de confianza alegre, despreocupada, atenta de curiosidad y dejar que la vida se manifieste, aprendiéndola, aprendiéndome.
El vacío daba miedo cuando decían que aprender era llenarse de conceptos, frases, teorías que empachaban la curiosidad de saber y conocer. Si no aprendes a llenar la mente, estás vacía, no eres nada, un libro en blanco. Pero ese vacío no existe, es pura ilusión. A pesar de la presión que implica la avalancha constante de información, nuestro cuerpo siempre tiende al equilibrio y desarrolla mecanismos de acción y reacción capaces de soportar cualquier situación por extrema que sea. Todo deja su huella, más la capacidad de regeneración de la vida que nos habita es tal, que podemos reeditar y crear nuevas respuestas impulsadas por la intención de que así sea.
La llave que abre la puerta de mi entendimiento genuino es el cuerpo. En él encuentro todo lo que necesito para sentir que la vida está en mi y no viene de fuera. En mi cuerpo habita la sabiduría de la tierra que infinidad de veces dejo de escuchar porque estoy saturada del ruido ajeno, del que proviene del enjambre. Más allá de ese alboroto ensordecedor, escucho sonidos silentes que me recuerdan que estoy viva y que la locura del morir es una etapa trascendida por el impulso del vivir y convivir.
Todo cambia. Nada permanece quieto a no ser que sea el morir mismo que vivimos sin percibir, pero como el morir es cíclico del vivir, todo cambia. Y así es la vida, una espiral de sentires en movimiento imperceptible de quietud viviente. Océanos de vida nos habitan, mundos dentro de mundos conviven en nuestro interior en perfecta armonía con el exterior sin que nosotros lo percibamos. Se desencadenan relaciones internas entre los habitantes de mi singular reino corporal que yo ignoro y, actuando como si yo fuera una política más de un gobierno enajenado, me empeño en un vivir que no es del cuerpo pensando que así es el vivir. Mientras, mi cuerpo, el país que dirijo, la tierra que habito, va muriendo poco a poco del cansancio del olvido. Y así reproduzco en mi vivir, el vivir enajenado de la comunidad humana.
Es el vaciar la mente lo que me regresa al vivir verdadero que encuentro al escuchar mi cuerpo, la tierra, el cuerpo. Allí se desencadena la vida en un silencio sonoro que respira, y me siento viva de vivir, en un vivir que casi diría nuevo si la memoria de mis células no me recordara el eterno vivir, continuo, ondulante y sistémico vivir y convivir.
Regreso a lo esencial. Sólo respira.