¿Recuerdas cual es el símbolo químico del Hierro en la Tabla Periódica de los elementos?. Es (Fe). – me dijo mi buen amigo Jose Antonio Rojano, y añadió: «Fé en ti misma». Ese añadido, ese «en ti misma» me produjo de inmediato una sensación física agradable, placentera; percibí que mi rostro se iluminaba y se dibujaba una sonrisa. Me sentía llena.
Fé en mi misma. He escuchado muchísimas veces la palabra fé haciendo alusión a la confianza ciega en algún poder superior llamado de múltiples formas, y siempre como algo fuera de mí. Fé en mi misma redimensiona mi universo vocabular y la percepción de mi persona como un ser pleno, completo, ausente cuando olvido mi verdadera naturaleza.
Esta vivencia biológica de la Fé me permite acceder a ella todas las veces que la evoco, y así regreso al recuerdo de quién Yo Soy. Una versión de mí que con demasiada frecuencia, para mi gusto, suelo olvidar, cayendo en el enfado, la tristeza, incluso la desesperación breve de vivir en un mundo demasiado enloquecido para amar y dejarse amar.
¿Qué nos ocurre a los humanos? ¿De dónde nos viene esa obstinación por perdernos en las lagunas de la mente y creernos lo que imaginamos, lo que deseamos que así sea? En nuestras mentes, diseñamos maneras de vivir y convivir que hacen que nuestras relaciones sean perfectas o casi perfectas en nuestro pensamiento. Creemos lo que creamos y, seguimos adelante, obviando lo que nuestro cuerpo, nuestra bios interna nos señala, nos apunta; hacemos como si no escucháramos la llamada y continuamos con nuestra ilusión caótica, casi perversa.
Muchas relaciones se alimentan así, haciéndonos ver lo que nuestro pensar desea, imagina, sueña. Cuando no coincide con la realidad y ésta nos sorprende con su sinceridad, volvemos a acallar la llamada de nuestra bios interna con mentiras que sustentan relaciones insostenibles, situaciones alarmantes que gimen por un cambio, una nueva versión, pero la arrogancia de nuestra insensatez insiste en seguir repitiendo maneras de relacionarnos con nosotros mismos, con los otros y el entorno que están lejos de ser sagradas.
Cuando la vida deja de tener una perspectiva sagrada, cualquier acción puede ser legitimizada, sostenida, justificada, aludiendo a cualquier insensatez imaginable que, lejos de servir a la Vida y a su evolución, se aferra al morir, a la Muerte. Ambas, vida y muerte, forman parte de la misma aventura pero con prismas distintos. ¿Cuál es la mejor? En realidad valorar nuestras acciones como buenas o malas, peores o mejores, es una de las tantas trampas de la cultura.
Para mí, la elección pasa por escoger aquello que más placer y bienestar me produce, más satisfacción y gozo. Para no confundirme en el laberinto de los significados de las palabras y sus consecuencias, me remito a la bios, a mi bios interna que coincide con la bios planetaria, con la bios cósmica con la Bios Uni-Versal que reconozco en el cielo estrellado, en la observancia de la Luna en su juego amoroso con el Sol, en el hacer de mi perro, en la mirada de una niña y un niño. Esa es la sensación orgánica que me indica que voy andando el camino por el sendero certero que me conduce a la salud, en su sentido más amplio posible.
Entonces, cuando mi cuerpo se expresa plasmando en todas y cada una de mis células la alegría de estar en la respuesta acertada, entonces y sólo entonces, me siento Viva. Nada más y nada menos que Viva.
¿Qué es de aquellos y aquellas que olvidaron la sacralidad del vivir? ¿Por cuantos senderos y encrucijadas caminaremos repitiendo la misma ilusión, una y otra vez?
El rostro de los y las que viven en paz es reconocible; no tanto en lo que vemos o nos muestran, porque eso puede ser apariencia refinada en sus formas de hacer y mostrarse. Me refiero al reconocimiento interior, el que emerge de nuestro organismo y se manifiesta como baño de agua transparente, cristalina, limpia, sin palabras, con sonrisa, en paz; como una bendición.
Esa es la Fe que produjo en mí la frase de mi amigo, la que me recuerda desde mi cuerpo, cuan sagrada es la Vida, cuan sagrada que Yo Soy.