Para las personas que estamos al servicio de las personas, acompañando procesos de transformación (pues el vivir es una constante transformación en sí misma), resulta difícil o costoso quizás, asimilar esta función sin la visión espiritual. Y digo espiritual porque hablo del espíritu, de la esencia, donde la visión se amplifica y se percibe más allá de la materia y la mente.
En realidad la del espíritu o la conciencia plena, es la única visión que nos permite experimentar la verdad y así diferenciar lo que sólo es un holograma con el que solemos identificarnos tantas veces, durante tantos años que acabamos viviendo como si fuera la única realidad, alimentando personajes, encarnando historias que van y vienen, yendo siempre hacia algún lugar, buscando algo que nunca acabas de encontrar, que cuando lo has conseguido se vuelve a perder, y así vamos andando sin hacer camino.
La ignorancia es algo que puede arreglarse con cierta facilidad y constancia. Basta con tener la disponibilidad verdadera de aprender, de experimentar, de abrirse a nuevas posibilidades y disfrutar del viaje. La arrogancia es más complicada porque nos hace creer que «conmigo me basto» , «que lo sé todo», «qué me vas a contar a mí que yo no sepa», y otras mentiras con las que la persona se parapeta impidiéndole verse a sí misma como Aquello que És y siempre ha sido.
Pero la trampa más compleja es cuando ignorancia y arrogancia van cogidas de la mano, unidas y fieles a su unión. Aquí sí que nos encontramos con el drama del sufrimiento, y no es que los otros no lo sean, es que el matrimonio ignorancia-arrogancia es un arma letal que puede dañar mucho más de lo que podemos imaginar.
¿Qué hacer ante estos casos? Casos que son encuentros, posibilidades, oportunidades de transformación del colectivo, no sólo de las personas implicadas sino del colectivo porque todo aquello que ocurre como individuo, repercute en la red, esa red de afectos, hilos de amor eterno que pertenecen al campo espiritual y que por no ser mirado, se nos olvida que es la clave de todo cuanto ocurre en este viajar por el planeta.
Dejar ir, dejar marchar, soltar, confiando en que cada quién sabe lo que hace y sabe (en su yo-verdadero) que cuando nos encontramos, intercambiamos aquello que está en nuestras manos, en nuestras posibilidades; y después… y mientras…, suelta.
Recuerda: somos libres aunque lo hayas olvidado. No te quedes con nada, suéltalo todo hasta que sólo quede lo que permanece, lo que nunca se ha ido y sigue vivo en ti y en todo. Sólo así podremos ver lo que verdaderamente nos une: la permanencia del Ser. No hablo del Uno, indico el Cero.
Desde Aquí, te veo.
Dedicado a tod@s l@s que cuidamos de nosotr@s y de l@s demás.