Rolando Toro dice que la sacralidad de la vida pasa por la vivencia corporal, rescatar el cuerpo de la vergüenza, el abuso, el pecado y resignificar corporeidad desde la perspectiva cosmogónica. Matias de Stefano señala que el cambio social del despertar de la conciencia pasa de ser ideológico a biológico.
En nuestro cuerpo conviven patrones de conducta aprendidos desde generaciones atrás que condicionan nuestro presente, abusos en lo que ingerimos tanto por vía orgánica como emocional, maltrato espiritual proveniente de una historia religiosa sesgada por el interés personal, sexualidad enfocada al genitalismo, ensoñación fijada en objetivos pasajeros y efímeros, ausencia de rituales que nos hagan sentir parte de la vida y la Tierra, normalización de crímenes, guerras, violencia y guerra, fomento de la exclusión y la división por parte de las autoridades políticas, económicas y sociales,… y todo ello conviviendo en nuestro cuerpo, junto con pequeñas dosis de amor que absorbemos como agua de mayo en tierra fértil. Y seguimos viviendo inconscientes de nuestro ser biológico, sosteniendo humano y humanidad.
Vivir en cuerpo, habitarlo, aprender a sentir la corporeidad, se hace indispensable para recordar nuestra naturaleza sagrada, divina y trascendente. Escuchar el lenguaje corporal propio, la manera particular de expresar lo que necesita nuestro cuerpo para vivir en estado optimo, se vuelve imprescindible para conquistar la vida y disfrutarla, transcendiendo la pulsación de muerte impresa en nuestras células desde hace unos cuantos miles de años. ¿Cómo trascender nuestra cultura de muerte?
Quizás la clave no se encuentra tanto en el cómo sino en el qué es muerte, cual es el significado de esta palabra que se apodera de multitud de vidas impulsándolas a morir irremediablemente.
He estudiado durante muchos años la muerte. A mis cuatro años, mi abuela materna murió sin contarme qué era morir. Mi madre me repetía que ella se había ido a otro lugar muy hermoso a vivir y que no podía volver porque debía estar allí donde vivía ahora. En mi inocente mente, era absurdo comprender que mi iaia (abuela en catalán), prefiriera estar en otro lugar lejos de nosotros, aunque ese lugar fuera maravilloso como me contaba mi mamá. Recuerdo pasar mucha inquietud, incerteza, incomprensión, … hasta que con el tiempo me acostumbré a su ausencia. Ocho años más tarde, murió mi padre, dos años más mi abuelo materno. Para entonces ya sabía que la muerte era separación, abismo en el camino, seguir adelante con el recuerdo de lo que había sido, sin continuidad.
Me obsesioné con la muerte y estudié, estudié y estudié; me zambullí en sus aguas negras y a medida que la oscuridad me envolvía con su manto de terciopelo, más amor encontraba. Amor y más amor, mucho amor, infinito amor, incondicional amor, siempre amor.
La muerte en nuestra sociedad, es la innombrable, la que habita en la oscuridad porque se nutre de las sombras de cada una de nosotras. Ella existe porque nuestro mundo es dual y en la dualidad no hay blanco sin negro, día sin noche, vida sin muerte, luna sin sol, construcción sin destrucción,… opuestos que se complementan en una unidad indivisible para seguir la espiral constante de la creación.
La muerte es inevitable cuando nos ausentamos del Amor en mayúsculas, diferente del amor personificado. Amor en mayúsculas es ausencia de muerte, siendo ésta la incapacidad orgánica de mantener la homeostasis o equilibrio dinámico para mantener la vida. Entonces, ¿qué es lo que mantiene el equilibrio de la vida? La alimentación, el estilo de vida, los pensamientos que generamos al cabo del día, la espiritualidad vivenciada, son nuestros nutrientes elementales para permanecer vivos, y la calidad de ellos es nuestra libre elección.
Está demostrado que las causas de las mayorías de las enfermedades y dolencias son consecuencia de nuestro camino de aprendizaje, de las elecciones que hemos tomado y de las acciones que hemos hecho. Todo tiene su consecuencia ya que la Vida es equilibrio, compensación, evolución siempre en tendencia a la armonía. Morir, abandonar el cuerpo con plenitud de haber vivido, agradecido por todo lo vivenciado y en paz con la vida, no es morir sino transmutar de un estado de consciencia a otro. Transitar por el eterno Camino del Amor.
¿Qué hace Biodanza para contribuir a la Vida? Trabaja desde la biología del ser recordándole, a través de propuestas de movimientos sencillos y cotidianos, danzas de encuentros, posiciones generadoras de vida, nuestra naturaleza profundamente afectiva y comprometida con la Vida. ¿Cuál es la consecuencia inmediata? la alegría de sentirse viva. Todas las personas que practican Biodanza transforman su estilo de vida hacia una vivencia más orgánica, más ecológica, más sostenible porque esa es nuestra verdadera naturaleza cuando nos encontramos con la mirada del otro sin ninguna intención más que la de ser y estar. Todo lo demás es añadido.
Cuesta verdadero trabajo despojarse del fruto de la desconexión cuerpo/alma. Integrar la vivencia de la unidad es un camino de aprendizaje constante, vivo, transformador. Biodanza tiene las herramientas para recuperar la vivencia de la corporeidad sagrada: son la música, el grupo, el arte, la palabra sentida, el círculo y el movimiento con pleno sentido, el cuerpo, los cuerpos, la piel, la mirada, el cuerpo, los cuerpos. La magia de la transformación está asegurada, la artista invitada eres tú.
Biodanza: la danza de la vida.
