Han pasado dos semanas del inicio de la escuela y los niños y niñas menores de 5-6 años siguen llorando desconsoladamente. Es difícil acostumbrarse al abandono; es tormentoso adaptarse al encierro en un lugar donde, por muy buenas intenciones que haya, es un lugar de entrenamiento para controlar las emociones y «normalizar» el sentir.
La escuela debería ser el lugar donde aprender a pensar y a decir, donde aprender a escuchar y contar las cosas que nos ocurren, que transcurren en nuestro vivir. En lugar de eso, en la escuela nos enseñan a memorizar, a ejercitar la obediencia y el silencio, a acumular fechas, nombres y conceptos que están desligados de la cotidianeidad, del convivir. ¿Acaso nadie se da cuenta de ello? Creo que sí, que somos muchas y muchos que pensamos que el sistema educativos actual no cumple los requisitos para crecer como personas, como seres humanos en un mundo donde todo cambia demasiado deprisa y no hay tiempo para sentir.
Me pregunto qué hacer ante tanta demencia, y la respuesta que calma la posible ansiedad es: Sé quién eres con la máxima coherencia, sin juicio ni luchas; sonrÍe ante la alienación ajena y siente que todo cuanto ocurre es perfecto tal y como es. Si algo no te gusta, cámbialo dentro de tí para que se refleje en el exterior tal como te gustaría que fuera. No dejes de insistir en ello. Ser quién eres; que no te doblegue la insatisfacción y que la acción sea la de pleno sentido.
Nada cambia fuera si el cambio no viene de dentro.
Si, mi amiga, todo es tal cual lo vemos dentro, nada cada día miro fuera de mi a ver si veo algo cambiado. Veo un mundo listo para amar, un mundo que sonríe, que respeta… Siempre tocas mi corazón. Un abrazo
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