Teoría de Biodanza

La Sinfonía de Convergencia Biocéntrica: El Amor, la Consciencia y la Evolución en Teilhard, Toro y Faggin


Me gusta leer, me apasionan las palabras. Mejor dicho, las amo, así que no me canso de encontrar convergencias que me llevan al eje central que mueve mi existencia: el principio biocéntrico. Deseo que este artículo sea inspirador para tí.

1. Hacia un paradigma unificado de la consciencia
Uno de los autores que conforman el cuerpo epistémico de Biodanza y Educación Biocéntrica, cuya base es el principio biocéntrico, es Pierre Teilhard de Chardin. Rolando Toro bebió de su fuente, como la de otros muchos autores, para ir configurando la Biodanza como un sistema de integración humana fundamentada en las ciencias de la vida. Ese era su interés genuino, hacer que Biodanza ocupara un lugar en el vasto mundo del conocimiento de la Vida al servicio de la Vida y con la Vida. Y lo consiguió, junto a un extenso equipo de personas que colaboraron con él para cumplir ese objetivo común, aportando sus conocimientos en distintas áreas.

Rolando tenía la capacidad de reunir conocimientos aparentemente dispares entre sí, centrarlos en el eje común del principio biocéntrico y adaptarlos a una metodología que fue creándose paso a paso sustentada por su propio modelo teórico que recoge el proceso completo de la integración humana.

En la teoría de Biodanza no se nombra a Federico Faggin. Quizás no era conocido para Rolando, más para mí es uno de los autores contemporáneos más lúcidos cuando hablamos de consciencia. Así que me he decidido escribir sobre un punto de convergencia fundamental entre estas tres visiones del universo: la teología evolutiva de Pierre Teilhard de Chardin, la teoría de la Biodanza de Rolando Toro y la filosofía de la consciencia de Federico Faggin.

Desde la perspectiva de una investigadora biocéntrica, el propósito de este análisis es ir más allá de identificar coincidencias, y mostrar cómo estas ideas, originadas en la ciencia, la espiritualidad y la psicología, se entrelazan para validar un paradigma unificado: aquel en el que la vida es más que un epifenómeno; es el centro del cosmos, y la consciencia su propiedad más fundamental.

Al situar el Principio Biocéntrico como la tesis unificadora, podemos afirmar que el universo existe precisamente porque existe la Vida, y no a la inversa, en contraste radical con el mecanicismo y el materialismo clásico. A través de esta mirada, pretendo examinar cómo cada uno de estos pensadores, desde sus respectivos campos, llegan a una conclusión similar sobre la naturaleza de la evolución, la consciencia y, de manera crucial, como el papel del Amor es el motor universal de la integración humana.

2. El universo como proceso de cefalización. La visión de Pierre Teilhard de Chardin

Pierre Teilhard de Chardin, a través de su visión interdisciplinar cosmológica, propuso una teoría de la evolución que trasciende el determinismo darwinista. Para él, la historia del cosmos va más allá de un proceso ciego y aleatorio; es en sí un movimiento dinámico y con propósito, que se despliega a través de tres grandes umbrales: la cosmogénesis (el surgimiento del mundo mineral e inorgánico), la biogénesis (la aparición de la vida orgánica) y la antropogénesis (el nacimiento del pensamiento en los humanos).

Este proceso evolutivo se caracteriza por una creciente «centricidad o consciencia» en los seres vivientes de manera que, a medida que la evolución avanza, se produce una «cefalización» o desarrollo de un sistema nervioso más complejo, y una «cerebración» o un cerebro más complejo, que llega a su expresión máxima con la aparición del ser humano. En este punto de inflexión, por primera vez según el autor, la evolución adquiere la capacidad de reflexionar sobre sí misma. La visión de Chardin establece un marco en el que la evolución es un proceso biológico y complejo, que tiene un camino: hacia una mayor complejidad, consciencia y espiritualidad.

2.1. La Noosfera y el Punto Omega: La Convergencia Final

Para Chardin, este camino de evolución puede ser descrito en los conceptos que él denomina como Noosfera y Punto Omega. La Noosfera es la «esfera del pensamiento«, o sea, la capa de consciencia colectiva que envuelve el planeta que va emergiendo de la Biosfera amedida que la humanidad se une a una consciencia ampliada y superior través de la comunicación y el entendimiento mutuo. Metafóricamente podríamos verlo como las diferentes “capas” de irradiaciones del campo energético que rodea la Tierra.

El movimiento que impulsa esta convergencia consciente colectiva es fruto de la atracción del Punto Omega, definido como un «foco cósmico personalizante de unificación y de unión». Nos vamos a detener en esta definición para entender su dimensión:

  • El Punto Omega siendo en sí mismo el resultado final de la evolución, no se trata de un punto físico en el espacio. Existe preexistiendo, o sea, posee la característica de estar ya «existente» y se “concretiza”, si podemos decirlo así, como fuerza tractora, como un agujero negro que absorbe y atrae hacia otros estados. En el caso del Punto Omega, Chardin aboga al camino de la evolución cósmica hacia estados superiores de consciencia.
  • Personalizante en el sentido de que, dado que el Punto Omega es el objetivo final del proceso evolutivo, tiene que ser personal por naturaleza, ya que actúa como centro unificador y divino del universo. Para Chardin esa personalización es identificada con Cristo, no como hombre, sino como consciencia crística, un estado puro, cristalino de consciencia.
  • Unificación y unión son el proceso dinámico de integración de la materia inorgánica a la vida y finalmente a la consciencia reflexiva o espíritu, guiados por la fuerza tractora y unificadora del Punto Omega como centro cósmico y personal, impulsados por la energía unificadora del Amor.

2.2. El Amor como energía radial, la sangre de la evolución

Para Chardin, la fuerza directriz de la evolución es una energía que no puede ser explicada por la física clásica. El autor distingue entre la energía tangencial, que es la fuerza física y medible, y la energía radial, que es la fuerza de atracción hacia una mayor centricidad y consciencia. Chardin identifica sin lugar a dudas, la energía radial con el Amor: una fuerza que emana del Punto Omega y atrae a todas las cosas hacia sí, produciendo seres cada vez más conscientes. En ese sentido y como anécdota, recuerdo que mi mama (tendría 91 años en 2025) decía que antes, en su época, lo bebes nacían con los ojos cerrados y ya sus nietos no. ¡Qué decir de mis nietos!

El Amor, en este contexto que propone Chardin, no se limita al sentimiento humano, cambiante, efímero y caprichoso; es una reserva sagrada de energía, que describe como «el torrente sanguíneo mismo de la evolución espiritual». En sus formas más primitivas, el Amor se manifiesta como fuerza molecular, que a lo largo del proceso evolutivo, se identificará con funciones mucho más complejas, como las reproductivas.

Con la aparición de la consciencia reflexiva en el ser humano, el Amor se eleva a un nuevo nivel. Chardin lo analiza en un modelo tripartito: el amor sexual (deseo exclusivo de fusión creativa con el otro), el sentido humano (el amor que se extiende más allá del par, y se manifiesta en la amistad y el sentido de la pertenencia y unidad global) y, finalmente, el sentido cósmico, que según Chardin es la etapa más elevada y la afinidad profunda con la totalidad que nos envuelve. Fundamentalmente, el sentido cósmico es el Amor de Omega, el centro de los centros, hacia el cual converge toda la evolución universal.

Para Chardin, la materia y el espíritu no son dos sustancias separadas, sino «dos estados o dos rostros de una misma Trama cósmica». El Amor, al ser la energía radial que opera en todos los niveles, desde lo molecular hasta lo reflexivo, es la fuerza que unifica estos dos estados (espíritu y materia) de manera que la evolución en sí misma es un proceso en el que la consciencia se desarrolla y adquiere complejidad en la medida que avanza el universo.

Así es como Chardin demuestra que la evolución no puede ser solo un proceso físico, sino una manifestación progresiva del espíritu a través de la materia, siendo el espíritu la consciencia y la interioridad de la realidad, y su manifestación a lo largo de la evolución es el propósito del universo.

3. El Principio Biocéntrico y la Vivencia: La Teoría de Rolando Toro

3.1. Fundamentos de la Biodanza y el Principio Biocéntrico

La teoría de Rolando Toro Araneda[3] se basa en el Principio Biocéntrico, que propone que el universo existe porque existe la vida, y no al contrario, como hemos apuntado al principio del artículo. Biodanza se define como un sistema de «integración humana, renovación orgánica, reeducación afectiva y reaprendizaje de las funciones originarias de la vida». En el corazón de la teoría anida el concepto del Inconsciente Vital, la fuerza que emana del «psiquismo celular» y genera el impulso innato de vivir.

Esta visión revoluciona el paradigma mecanicista, que considera la vida como una casualidad en un universo inerte. Al igual que Chardin, Toro postula un universo en el que la vida tiene un lugar central y un propósito inherente. El Inconsciente Vital es el equivalente de la «fuerza directriz» de Chardin: un psiquismo celular o la memoria cósmica inscrita en las células, que más allá del pensamiento consciente, moviliza los potenciales genéticos de cada ser vivo en pro de la armonía orgánica como expresión de la Vida. Este proceso culmina en el inconsciente numinoso como estrato más profundo y sublime del ser, directamente vinculado a la liberación de la naturaleza esencial del ser humano, contrarrestando la cultura que tiene a hacerlo insignificante.

3.2. El rol central de la vivencia

La metodología de la Biodanza se fundamenta en la vivencia, un concepto clave que la distingue de otras prácticas y metodologías, pero cuando hablamos de vivencia en Biodanza, no es una vivencia cualquiera; es una vivencia biocéntrica. Toro la define como una experiencia subjetiva que integra al ser en su totalidad. Esta definición transciende el conocimiento conceptual de vivencia como “momento vivido” para convertirse en un estado del ser que unifica la experimenta vivida a través del cuerpo, el movimiento y el encuentro con el otro.

Toro afirma que «no hay cambio sin conciencia, pero tampoco hay un cambio real sin la vivencia«. Esta afirmación establece una relación causal y recíproca entre la consciencia y la experiencia: la vivencia [biocéntrica], como la experiencia de sentir y de ser, es la condición indispensable para un cambio profundo y la integración personal. Es a través de la experiencia directa que se logra acceder al Inconsciente Vital, donde se manifiestan el deseo de vivir y el amor como un «estado de ser». Esta idea encuentra una resonancia en las reflexiones de Federico Faggin, quien también enfatiza la experiencia subjetiva como el «flujo de sentido» que diferencia la vida de los procesos meramente algorítmicos.

3.3. El Amor como un estado de ser y fuerza cósmica

Para Rolando Toro, el Amor es el núcleo que organiza la existencia humana. El Amor más allá del sentimiento, trasciende las relaciones amorosas para abarcar la conexión con la humanidad y el cosmos, siendo en sí mismo un «estado» que se contrapone directamente a la defensa del ego. El Amor es concebido como un «atractor del caos existencial» hacia el orden cósmico y una «forma de integración al infinito». Desde el principio biocéntrico postulado por Rolando Toro, el Amor es comprendido como la conciencia plena de estar vivo aquí y ahora. No es poca cosa, en este mundo de inmediatez y predominio del individualismo extremo.

La teoría de Biodanza articula este fuerza organizadora llamada Amor (resonando con la propuesta de Teilhard de Chardin) a través de sus cinco líneas de vivencia o expresiones del ser humano: Vitalidad, Sexualidad, Creatividad, Afectividad y Trascendencia. Cada una de las líneas que acompañan el proceso de integración humana, es una expresión del Amor y un camino hacia la integración total del ser, de ahí que Toro enfatice que, para recibir amor, primero hay que darlo como una danza activa y transformadora que, al ser ejercitada, genera la vitalidad y la integración que hacen posible que “la vida camine”. Este caminar viviente sucede con la corporeidad vivida: el contacto, los gestos, la piel, la mirada que nos conecta como seres vivos en proceso de vivir, superando el individualismo y el miedo, para abrazar una existencia basada en la conexión con una misma, con la otra persona y con todo lo que nos rodea (visible e invisible).

4. La consciencia como propiedad fundamental: El legado de Federico Faggin

4.1. Del Microprocesador a la Consciencia Irreducible

Federico Faggin[4], el inventor del primer microprocesador, hizo una transición radical del mundo de la ingeniería a la exploración de la consciencia. Su vida de éxito según el paradigma antropocéntrico materialista, no lo llevó a lo que él consideraba felicidad. Inició una búsqueda de sentido que lo llevó a la exploración de la consciencia. Su conclusión fundamental es que la consciencia no es un subproducto del cerebro o un mero proceso algorítmico, sino una «propiedad fundamental» e «irreducible de la naturaleza».

Faggin, como Chardin y Toro, propone un “monismo” en el que la materia no está separada del espíritu. Más bien, la materia es la «expresión estructurada» o el «rostro visible» del espíritu, y el universo es un campo consciente. Esta perspectiva, emergente de su profundo estudio de la física cuántica, que a lo largo de su carrera ha sido y es uno de sus pilares fundamentales ya que le proporciona una validación científica para su visión holística del universo, donde la consciencia precede a la materia y es su base intrínseca. Para Faggin, lo que la física cuántica ha revelado como información inmaterial, es en realidad la consciencia.

4.2. La Consciencia, la Vivencia y el «Flujo de Sentido»

Una distinción clave en la teoría de Faggin es la que existe entre la información (objetiva, sin significado) y la consciencia (la cual da significado a través del sentir y la experiencia). En estos tiempos donde el transhumanismo parece ganar adeptos, Faggin sostiene que la inteligencia artificial no puede ser verdaderamente consciente o autónoma porque carece de la capacidad de sentir. Un robot puede procesar datos sobre una rosa, pero no puede sentir su aroma, por ejemplo.

Esta distinción es de naturaleza ontológica. La vivencia, como la cualidad interna de sentir y ser, es el factor que define a un ser vivo, con un propósito y una interioridad, y es lo que nos diferencia de una máquina o un «zombie que actúa sin propósito mayor». El trabajo de Faggin culmina en su Modelo CIP (Consciousness Integrated Processor), que busca integrar la lógica con la experiencia subjetiva, la intuición y las emociones. En este modelo, un árbol no «procesa» la luz del sol, sino que «experimenta» el proceso de crecer, y una mariposa no «ejecuta un programa» para volar, sino que «vivencia» su movimiento. Esta visión, a mi entender, coincide con la vivencia biocéntrica de Biodanza y Educación Biocéntrica como fundamento científico.

4.3. El Amor como Sustancia Primordial y el Origen de la Teoría

La génesis de la teoría de la consciencia de Faggin se encuentra en una experiencia espiritual personal, como he dicho antes. En un momento de revelación, él sintió una «oleada de energía poderosa» que emergía de su pecho. Esta energía era Amor, pero un amor en mayúsculas, «tan intenso y tan increíblemente gratificante que superaba cualquier noción que había tenido antes». En ese instante, comprendió que esta energía era la «sustancia de la que todo lo que existe está hecho», y que era esta sustancia la que había «creado el universo» a partir de sí misma.

Esta experiencia personal de Amor fue el dato primario que la ciencia materialista no podía explicar. A partir de este evento, Faggin se dedicó a construir una teoría que sí pudiera hacerlo. Esto demuestra que la interioridad y la vivencia personal, que son la base de la Biodanza, no son solo un fin en sí mismas, sino que pueden ser la fuente de un conocimiento radicalmente nuevo sobre la realidad, un conocimiento que une la física y la espiritualidad.

5. Sinfonía de Convergencia: Un Análisis Comparativo de Coincidencias

5.1. Tabla Comparativa de Coincidencias Clave

La siguiente tabla sintetiza las profundas coincidencias que emergen de las obras de Pierre Teilhard de Chardin, Rolando Toro y Federico Faggin.

PensadorVisión del UniversoMotor de la EvoluciónNaturaleza de la ConscienciaRol del AmorLema Clave
Teilhard de ChardinUn cosmos viviente, en constante evolución. Materia y Espíritu son dos caras de una misma realidad.La energía radial, la fuerza de atracción del Punto Omega que guía la evolución hacia una mayor consciencia y complejidad.Una «centricidad creciente» que emerge de la materia. Es el fin y la causa del proceso evolutivo.La energía radial. La «sangre de la evolución espiritual». La fuerza que unifica y atrae hacia el Punto Omega.«El amor es la más universal, formidable y misteriosa de las energías cósmicas.»
Rolando ToroUn «sistema vivo prodigioso» donde la vida es el centro del cosmos y no un subproducto.El Inconsciente Vital, el «deseo de vivir» que proviene del psiquismo celular y moviliza los potenciales genéticos.La capacidad de sentir y ser, accesible a través de la vivencia, que es la esencia del ser humano.Un «estado de ser» y un «atractor del caos». Una fuerza de integración al infinito, expresada en las cinco líneas de vivencia.«El ser humano sufre de nostalgia de Amor.»
Federico FagginUn «campo consciente» del que la materia es su expresión. Un universo que se busca conocer a sí mismo a través de nosotros.La evolución de la consciencia y los sistemas físicos de manera simultánea. El universo evoluciona para conocerse a sí mismo.Una propiedad «fundamental» e «irreducible de la naturaleza», que se manifiesta como el sentir y la vivencia.La «sustancia de la que todo lo que existe está hecho». El origen de la realidad que se revela en la experiencia subjetiva.«La consciencia es la base misma de la realidad.»

5.2. Convergencias Temáticas

A pesar de sus diferentes orígenes, los tres pensadores convergen en puntos temáticos cruciales:

  • Un Universo Unificado y Viviente: Los tres rechazan el dualismo cartesiano y la visión del universo como una máquina inerte. Chardin ve la materia y el espíritu como «dos caras» de un solo proceso, Toro postula un universo como un «prodigioso sistema vivo» que existe gracias a la vida, y Faggin propone que la materia es la «expresión estructurada» de un campo consciente.
  • Evolución con Propósito: Todos postulan que la evolución no es un proceso aleatorio. Para Chardin, es un camino dirigido por la atracción del Punto Omega hacia la noosfera y el ultra-humano. Para Toro, es un camino hacia la «integración humana» y la evolución de la especie a través de las vivencias integradoras. Para Faggin, la consciencia y los sistemas físicos evolucionan «a la vez», con el propósito de que el universo se «conozca a sí mismo a través de nosotros».
  • La Consciencia como Base, No Subproducto: Los tres coinciden en que la consciencia es una propiedad intrínseca, no un epifenómeno. Chardin habla de una «centricidad creciente» como fuerza de la evolución. Toro describe el Inconsciente Vital como el «psiquismo celular». Faggin concluye que la consciencia es una propiedad «fundamental» e «irreducible de la naturaleza».

5.3. El Amor: El hilo conductor del universo

Para mí, este es el punto culminante de la convergencia: Chardin, Toro y Faggin describen el Amor como la fuerza causal universal. La «energía radial» de Chardin, el «atractor» de Toro, y la «sustancia primordial» de Faggin son, de hecho, la misma fuerza. Es la fuerza de unión que actúa como la causa de la evolución cósmica (Chardin), la causa de la integración humana (Toro) y la causa de la propia existencia (Faggin). El Amor es el principio de la unificación en acción, el motor intrínseco de la realidad que busca la conexión y la complejidad a través de la consciencia. Es una fuerza cósmica que se experimenta en la intimidad de la vivencia personal.

6. Síntesis Final: Hacia un Paradigma Biocéntrico Integral

6.1. La Validación de la Visión Biocéntrica

Las coincidencias en los conceptos de consciencia, evolución y del Amor en estos tres pensadores, validan de forma profunda el Principio Biocéntrico de Rolando Toro. El análisis demuestra que el biocentrismo es un paradigma que encuentra eco en la vanguardia de la teología evolutiva del siglo XX y en la física cuántica del siglo XXI. El universo es un vasto proceso vivo, consciente y amoroso. El trabajo de Faggin, a mi entender particular, proporciona una base científica profundamente biocéntrica: la Vida y la Consciencia son la esencia de todo.

6.2. Implicaciones para el Futuro

La convergencia de estas visiones tiene profundas implicaciones para la humanidad. En una era de creciente externalización de la inteligencia y la consciencia a través de la tecnología, como advierte Faggin, es urgente reconectar con la consciencia que nos hace humanos y parte de la vida.

La integración de la ciencia objetiva con la vivencia subjetiva es indispensable para una comprensión completa de la realidad. El Amor, más allá de ser una emoción, emerge como la energía que permite la evolución y facilita el camino hacia la transcendencia, liberándonos del miedo y del egocentrismo. La tecnología, bien utilizada, puede servir como un apoyo para acelerar nuestra evolución inevitable, pero la elección de no convertirnos en esclavas y esclavos depende únicamente de cada individuo.

En última instancia, Chardin, Toro y Faggin, a mi entender, nos invitan a un camino de transformación individual y colectiva, a un reencuentro con el ser que somos, y a una comprensión del universo como un todo vivo, consciente y amoroso. Su mensaje conjunto nos llama a ser participantes activos en el proceso de evolución cósmica, cultivando la consciencia y el Amor como la fuerza tractora del Universo.

Bibliografía consultada


[2] Pierre Theilard de Chardin (1881-1955), sacerdote jesuita, paleontólogo y filósofo francés.

[3] Rolando Toro (1924-2010), educador, psicólogo, antropólogo y poeta chileno.

[4] Federico Faggin (1941, Vicenza, Italia) Ingeniero eléctrico y físico.

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De los bits a la consciencia: el paradigma biocéntrico


Federico Faggin, el creador del microprocesador y una figura central de la era digital, nos invita a una de las reflexiones más urgentes de nuestro tiempo: ¿Qué es la consciencia? Para un hombre que ayudó a crear el cerebro de las computadoras, su respuesta es radicalmente distinta a la que la ciencia ha sostenido durante siglos. En lugar de ver la consciencia como un producto posterior y accidental del cerebro, Faggin la presenta como el fundamento mismo de la realidad.

Desde la visión biocéntrica, este no es un simple debate filosófico, sino una verdadera revolución: ni el universo es una vasta maquinaria; ni nosotros, seres conscientes, somos meros «accidentes» biológicos. La vida no se reduce a una lucha por la supervivencia de la materia. Esta visión sesgada, donde lo «invisible» y lo «no mensurable» no es suficientemente importante y por tanto, no puede ser tomado en cuenta en la teorías clásicas. Pero Faggin, desde la física y la computación, lo desafía todo. Nos dice que el universo es mucho más que bits y bytes. Para él, la consciencia es una propiedad intrínseca y fundamental de la realidad. Así como el espacio y el tiempo son propiedades del universo, también lo es la consciencia. Esta idea nos permite re-imaginar todo lo que creíamos saber. Si la consciencia es lo que anima el universo, entonces somos parte de un todo vivo y vibrante, en lugar de ser extraños en un mundo muerto.

Los bits y bytes: El mundo de lo computable
Para Faggin, el mundo de la computación es un universo de información, no de significado. Esto es clave para ir más allá del concepto de bits y bytes.

Un bit es la unidad de información más pequeña, un «dígito binario» que puede tener solo dos valores: 1 o 0. Un bit no tiene significado por sí mismo. Solo representa un estado: encendido o apagado, verdadero o falso, sí o no. Un byte es un grupo de 8 bits. Al combinar bits y bytes, se pueden crear secuencias que representan letras, números, imágenes y sonidos. Por ejemplo, la letra «A» podría ser representada por la secuencia binaria 01000001, y el color rojo podría ser 11111111 00000000 00000000.

El poder de las computadoras radica en su capacidad para manipular estas secuencias de 1 y 0 a una velocidad asombrosa. Pero, como Faggin subraya, este procesamiento es puramente sintáctico. La computadora no entiende lo que significa la «A» o lo que representa el color rojo. Solo sigue las reglas de un programa, un algoritmo predefinido. Es un sistema cerrado, que opera únicamente sobre la información que se le ha dado. La inteligencia artificial más avanzada, en su esencia, sigue siendo una manipulación de bits y bytes.

Incluso en la computación cuántica, donde la unidad de información es el cúbit (bit cuántico), el principio se mantiene. A diferencia de un bit clásico (que es 1 o 0), un cúbit puede existir en una superposición de ambos estados al mismo tiempo, o sea, puede ser 0 y 1 al mismo tiempo, lo que le permite procesar cantidades masivas de datos a una velocidad incalculable para los ordenadores actuales. Sin embargo, este es solo un paso más en la sofisticación de la manipulación de la información. El cúbit, a pesar de su complejidad, sigue siendo un sistema puramente sintáctico.

Este es el punto clave: un sistema puramente material y computable no puede generar qualia. No puede sentir. No puede experimentar. Lo que se puede medir y computar, como la cantidad de luz o la presión sobre la piel, es información, pero no es la experiencia cualitativa de ver un color o sentir un tacto.

Federico Faggin, ingeniero eléctrico y físico italiano.

Qualia: El Lenguaje de la Consciencia
La palabra «qualia» proviene del latín, donde el singular es quale, que significa «de qué tipo» o «cómo es». Fue introducida en la filosofía moderna por el filósofo estadounidense C. I. Lewis en 1929 para referirse a las cualidades subjetivas que no pueden ser descritas con información objetiva. Aunque el concepto de la experiencia subjetiva ha existido en la filosofía desde hace mucho tiempo, fue Lewis quien lo formalizó con este término.

Un robot puede procesar información sobre la longitud de onda de la luz, pero nunca sabrá lo que se siente ver el color rojo. Una máquina puede analizar las moléculas del chocolate, pero no puede experimentar su sabor. Los qualia son la esencia misma de nuestra experiencia subjetiva y cualitativa de las cosas: el sabor del chocolate, el color azul del cielo, el dolor de un corte, la alegría de un abrazo. Son las sensaciones, las emociones, los sentimientos. Son la evidencia irrefutable de la consciencia.

Faggin argumenta que la ciencia materialista no puede explicar los qualia, porque son la manifestación de una realidad interna y subjetiva que escapa a la lógica binaria de los ordenadores. No se pueden medir, pero son la única realidad que conocemos de primera mano: no necesitamos medir nada ni probar que lo sentimos; el hecho de que lo sentimos es una certeza absoluta por sí misma.

En este sentido, los qualia son la base sobre la que construimos todo nuestro conocimiento. El mundo exterior solo existe para nosotros a través de nuestros sentidos, que son los que nos proporcionan esas experiencias subjetivas. Sin la experiencia interna del tacto, el sonido o la vista, la información sobre el mundo físico sería algo sin significado.

Por eso, Faggin argumenta que la consciencia (la capacidad de tener qualia) no es un producto secundario de nuestro cerebro, sino el fundamento de nuestra realidad. Es la única parte del universo que experimentamos directamente, desde el interior.

Seidades y el Universo que se Conoce a Sí Mismo
Aquí es donde la visión de Faggin se vuelve profundamente biocéntrica. Él propone la existencia de los campos conscientes o seidades. Cada ser vivo, desde un simple alga hasta el ser humano, no es solo un cuerpo material, sino una seidad, un centro de consciencia unificado que se expresa a través de la materia; el observador interno que experimenta la vida.

Estas seidades no están aisladas. Son parte de una consciencia cósmica mayor, un universo que, en esencia, desea conocerse a sí mismo. Somos los ojos, los oídos, los corazones y las mentes a través de los cuales el universo toma consciencia de su propia existencia. Nuestra vida, con todas sus complejidades, alegrías y sufrimientos, es el proceso a través del cual la consciencia universal se manifiesta y se explora a sí misma. Es a través de nosotros que el universo adquiere significado.

Si el universo fuera solo un mecanismo ciego, no habría significado, no habría propósito. Pero si el universo es consciente, entonces cada interacción, cada emoción, cada pensamiento, es una parte vital de su autoconocimiento. La vida, en su infinita diversidad, es la forma en que la consciencia se ramifica y se explora a sí misma.

Esta propuesta no es nueva; trasciende el tiempo desde las culturas ancestrales hasta este tiempo de cambio y transformación, más allá del cientificismo, donde el nuevo paradigma biocéntrico nos lleva más allá de la pura información (bis y bytes) para el encuentro con el significado.

De la pasividad al protagonismo: En el paradigma materialista, somos observadores pasivos, un accidente sin importancia. La visión de Faggin nos convierte en participantes activos. El universo se conoce a sí mismo a través de nuestras experiencias, por lo que cada qualia, cada pensamiento y cada emoción que tenemos son una parte vital del proceso cósmico. Nuestra existencia no es un error, sino una pieza fundamental del puzzle. En este marco, el simple acto de saborear una fruta, de sentir el viento o de reír con un amigo no es trivial, sino una manifestación del universo experimentando la riqueza de su propia existencia. Somos, en esencia, el instrumento a través del cual el universo adquiere conciencia de su belleza y complejidad.

De la desconexión a la interconexión: El materialismo nos ha enseñado a ver la naturaleza como un recurso o algo ajeno. El concepto de las seidades nos muestra que todos los seres vivos son centros de consciencia. Esto nos conecta directamente con todo lo que nos rodea. El «sentir» del planeta se convierte en un sentir compartido. La belleza de la naturaleza se experimenta como nuestra propia belleza. Esta visión derriba las barreras entre nosotros y el entorno. Un árbol no es solo un objeto, sino una seidad, un campo consciente. Al sentir esta conexión, el respeto y la empatía por toda forma de vida surgen de forma natural. Ya no protegemos la naturaleza por obligación, sino porque reconocemos su consciencia inherente, sabiendo que somos parte de un mismo tejido vivo.

El sentido de la existencia: En este contexto, la vida no es algo que ocurre a nosotros, sino algo que somos, tal como propone el principio biocéntrico postulado por Rolando Toro. La propuesta de Faggin nos lleva a una de las preguntas más importantes: ¿por qué estamos aquí? Y nos da una respuesta: para que el universo pueda experimentarse a sí mismo a través de la vida, añadiendo un profundo sentido y significado a nuestra existencia. Esta perspectiva nos da un propósito que va más allá del éxito personal o la supervivencia biológica. Nuestro propósito es ser, sentir y experimentar; es contribuir a la gran sinfonía del conocimiento cósmico.

Al abrazar esta visión, nos liberamos de la pesada carga de ser algo que nos han dicho que somos o debemos ser. Nos conectamos con la red de vida que somos. Entendemos que nuestra experiencia no es un fallo o una ilusión, sino la evidencia más clara de que somos parte del tejido mismo del universo. Somos el universo experimentándose a sí mismo. La vida no es solo materia, sino la expresión más alta de la consciencia.

La propuesta de Federico Faggin no es solo una nueva teoría científica; es un llamado a un despertar. Es la validación desde el corazón de la ciencia de lo que la filosofía biocéntrica siempre ha sostenido: la vida y la consciencia no son un añadido, sino la esencia de todo lo que es.

Yo no soy experta en filosofía, ni en cuántica, así que lo que comparto contigo es fruto de lo mucho que leo, y de la inmensa curiosidad que tengo de comprender el sentido y el significado del vivir. Cada vez que encuentro una información que nutre mi entendimiento interno y resuena más allá de lo que hemos aprendido en la educación bancaria, como dice Paulo Freire, me gusta compartirlo, no porque sea novedoso. Es porque todo el conocimiento ancestral de la Sabiduría perenne, que resuena y sigue sonando, tiene muchas maneras de expresarse, pero es un mismo mensaje.

El paradigma biocéntrico, que empezó a postularse es la década de los 60, hoy ya es una realidad cada vez más aposentada, más valorada, más digna, más resonante. El mundo está cambiando, siempre lo ha hecho y mientras siga siendo curioso, seguirá en constante transformación. La clave está, ¿desde dónde vivencio este cambio inevitable? Ya no hay donde agarrarse. Lo «nuevo» rompe esquemas, patrones obsoletos, creencias y teorías que sustentan un mundo que ya está dejando de existir para dar paso a otra vivencia, la biocéntrica.

Te leo en los comentarios. Nos mueve el Amor y el Servicio

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Federico Faggin: El Legado del Microprocesador y la Conciencia

Hace un tiempo que estoy siguiendo el trabajo de Federico Faggin, el creador del primer microprocesador, conocido como la CPU (unidad central de procesamiento), o comúnmente llamado el cerebro de un ordenador. Su invento permitió que la potencia de procesamiento de datos se empaquetase en un diminuto chip, de manera que los ordenadores, que antes ocupaban habitaciones enteras, se hicieron accesibles a los hogares y a las pequeñas empresas. Pero su alcance no sólo fue ese: gracias al microprocesador se crearon los teléfonos móviles, las tablets y los dispositivos portátiles. El microprocesador de Faggin fue un hito en la historia de la humanidad. Democratizó el acceso a la información y a la capacidad de procesamiento, impulsando la era digital y redefiniendo el estilo de vida.

Pero lo que más me impactó de su labor, no fue su logro tecnológico, sino su viaje posterior que, desde una pregunta fundamental, ¿Cómo funciona la consciencia desde dentro? lo llevó desde la invención tecnológica hasta la exploración de la consciencia.

El Peligro de la «Mente Externa»
Faggin describe la creación del microprocesador como un momento de inflexión espiritual. ¿Por qué espiritual? porque al crear una «mente fuera de nosotros,» externalizamos nuestra inteligencia, y la tecnología, que inicialmente fue creada para servirnos, comenzó a moldear nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos, alejándonos de nuestra biologia y de nuestra consciencia interna. En lugar de reflejar nuestra imagen de complejidad y de riqueza de la vida, todo acaba reduciéndose a datos: la conversación se convierte en un chat de texto, el paisaje natural en una imagen de pantalla, y la creatividad en un algoritmo que nos sugiere qué ver o escuchar. Estamos en grave riesgo de perder la profundidad y el sentido de la experiencia.

La memoria y el pensamiento, antes, eran procesos que ocurrían principalmente en nuestro foro interno como un proceso de introspección e intimidad. Ahora la memoria está en la nube, el camino lo marca el GPS y la opinión está en Google, por no decir que muchas personas consultan prácticamente todo a ChatGPT. Este proceso de externalizar nuestra memoria nos hace dependientes de las herramientas externas y nos aleja de cultivar nuestra propia intuición, nuestra memoria y la capacidad innata de reflexionar internamente aquello que nos ocurre u ocupa.

Estamos empezando a creer que el reflejo del espejo (la versión digital, simplificada y objetivada de la vida) es más real que la vivencia subjetiva, única, consciente y profundamente humana. No estoy en contra de la tecnología; adoro lo que nos proporciona. La clave es ¿desde dónde la uso?

Federico Faggin no se haya vuelto un místico ni se ha posicionado de espaldas a la tecnología y la ciencia. Su mirada nos invita a reflexionar sobre este mundo nuestro basado en la fragmentación y no en la unidad, donde las partes acaban siendo tan importantes que se pierden en el basto universo perdiendo el vínculo con su origen, la Naturaleza, la Vida.

El Modelo CIP: La Conciencia en el Centro
Faggin nos pone en alerta del transhumanismo, que busca reducir lo humano a datos que se pueden llegar a predecir, procesar o adiestrar, como ocurre con la Inteligencia Artificial. Para Faggin la consciencia no sólo procesa datos, sino que les da significado a través de la experiencia subjetiva directa. La esencia de la consciencia no es la información, sino la cualidad interna del sentir y ser: la vivencia que es única e irrepetible.

El trabajo de Faggin culmina en su Modelo CIP (Consciousness Integrated Processor). El CIP propone una ciencia de la consciencia que integre la lógica y la experiencia como intuición, o sea, un proceso de introspección que puede explicar el amor, la belleza, el artes más allá de una liberación de dopamina, sin dejar de ser ciencia. La conciencia no es un subproducto del cerebro; es la base misma de la realidad. De ahí que debemos construir una ciencia, dice Faggin, que nos devuelva el asombro y nos recuerde nuestra propia interioridad como parte fundamental del fenómeno observado.

La objetividad no es necesariamente fría. El modelo CIP nos enseña que el mundo no puede ser comprendido solo con datos fríos y objetivos. Lo que la ciencia tradicional ha llamado «subjetividad» —nuestras emociones, intuiciones, sensaciones, premoniciones— no es un error. Es la clave para entender la vida. No podemos seguir queriendo dominar la naturaleza a nuestra conveniencia y antojo.

A diferencia de la IA o los ordenadores, que procesan información de forma objetiva, sin alma, el CIP se basa en el “flujo de sentido”. No se procesan datos solo. Se vive el proceso, de manera que un árbol no «procesa» la luz del sol; «experimenta» el proceso de crecer. Una mariposa no «ejecuta un programa» para volar; vivencia su movimiento. No hay cómo separar la vivencia de lo vivido.

Una Nueva Ciencia para Sanar la Fractura
Para Faggin lo objetivo no es un obstáculo, sino el elemento central para entender la consciencia.

Esta visión es, para mí, una invitación a la humildad. Es la validación de que el camino que hemos elegido, el biocentrismo, no es un romanticismo ingenuo o una propuesta new age, sino una forma profunda y rigurosa de entender nuestra realidad. Es la convicción de que, detrás de todo, hay una «chispa viva que observa, ama y busca comprenderse a sí misma.»

El trabajo de Faggin me recuerda que el avance más importante no es crear máquinas más inteligentes, sino reconectar con la conciencia que nos hace humanos… y, sobre todo, parte de la Vida.

Te dejo el video de Faggin donde habla de su recorrido y su modelo.

Amor y Servicio