Hace un tiempo que estoy siguiendo el trabajo de Federico Faggin, el creador del primer microprocesador, conocido como la CPU (unidad central de procesamiento), o comúnmente llamado el cerebro de un ordenador. Su invento permitió que la potencia de procesamiento de datos se empaquetase en un diminuto chip, de manera que los ordenadores, que antes ocupaban habitaciones enteras, se hicieron accesibles a los hogares y a las pequeñas empresas. Pero su alcance no sólo fue ese: gracias al microprocesador se crearon los teléfonos móviles, las tablets y los dispositivos portátiles. El microprocesador de Faggin fue un hito en la historia de la humanidad. Democratizó el acceso a la información y a la capacidad de procesamiento, impulsando la era digital y redefiniendo el estilo de vida.
Pero lo que más me impactó de su labor, no fue su logro tecnológico, sino su viaje posterior que, desde una pregunta fundamental, ¿Cómo funciona la consciencia desde dentro? lo llevó desde la invención tecnológica hasta la exploración de la consciencia.
El Peligro de la «Mente Externa»
Faggin describe la creación del microprocesador como un momento de inflexión espiritual. ¿Por qué espiritual? porque al crear una «mente fuera de nosotros,» externalizamos nuestra inteligencia, y la tecnología, que inicialmente fue creada para servirnos, comenzó a moldear nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos, alejándonos de nuestra biologia y de nuestra consciencia interna. En lugar de reflejar nuestra imagen de complejidad y de riqueza de la vida, todo acaba reduciéndose a datos: la conversación se convierte en un chat de texto, el paisaje natural en una imagen de pantalla, y la creatividad en un algoritmo que nos sugiere qué ver o escuchar. Estamos en grave riesgo de perder la profundidad y el sentido de la experiencia.
La memoria y el pensamiento, antes, eran procesos que ocurrían principalmente en nuestro foro interno como un proceso de introspección e intimidad. Ahora la memoria está en la nube, el camino lo marca el GPS y la opinión está en Google, por no decir que muchas personas consultan prácticamente todo a ChatGPT. Este proceso de externalizar nuestra memoria nos hace dependientes de las herramientas externas y nos aleja de cultivar nuestra propia intuición, nuestra memoria y la capacidad innata de reflexionar internamente aquello que nos ocurre u ocupa.
Estamos empezando a creer que el reflejo del espejo (la versión digital, simplificada y objetivada de la vida) es más real que la vivencia subjetiva, única, consciente y profundamente humana. No estoy en contra de la tecnología; adoro lo que nos proporciona. La clave es ¿desde dónde la uso?
Federico Faggin no se haya vuelto un místico ni se ha posicionado de espaldas a la tecnología y la ciencia. Su mirada nos invita a reflexionar sobre este mundo nuestro basado en la fragmentación y no en la unidad, donde las partes acaban siendo tan importantes que se pierden en el basto universo perdiendo el vínculo con su origen, la Naturaleza, la Vida.

El Modelo CIP: La Conciencia en el Centro
Faggin nos pone en alerta del transhumanismo, que busca reducir lo humano a datos que se pueden llegar a predecir, procesar o adiestrar, como ocurre con la Inteligencia Artificial. Para Faggin la consciencia no sólo procesa datos, sino que les da significado a través de la experiencia subjetiva directa. La esencia de la consciencia no es la información, sino la cualidad interna del sentir y ser: la vivencia que es única e irrepetible.
El trabajo de Faggin culmina en su Modelo CIP (Consciousness Integrated Processor). El CIP propone una ciencia de la consciencia que integre la lógica y la experiencia como intuición, o sea, un proceso de introspección que puede explicar el amor, la belleza, el artes más allá de una liberación de dopamina, sin dejar de ser ciencia. La conciencia no es un subproducto del cerebro; es la base misma de la realidad. De ahí que debemos construir una ciencia, dice Faggin, que nos devuelva el asombro y nos recuerde nuestra propia interioridad como parte fundamental del fenómeno observado.
La objetividad no es necesariamente fría. El modelo CIP nos enseña que el mundo no puede ser comprendido solo con datos fríos y objetivos. Lo que la ciencia tradicional ha llamado «subjetividad» —nuestras emociones, intuiciones, sensaciones, premoniciones— no es un error. Es la clave para entender la vida. No podemos seguir queriendo dominar la naturaleza a nuestra conveniencia y antojo.
A diferencia de la IA o los ordenadores, que procesan información de forma objetiva, sin alma, el CIP se basa en el “flujo de sentido”. No se procesan datos solo. Se vive el proceso, de manera que un árbol no «procesa» la luz del sol; «experimenta» el proceso de crecer. Una mariposa no «ejecuta un programa» para volar; vivencia su movimiento. No hay cómo separar la vivencia de lo vivido.
Una Nueva Ciencia para Sanar la Fractura
Para Faggin lo objetivo no es un obstáculo, sino el elemento central para entender la consciencia.
Esta visión es, para mí, una invitación a la humildad. Es la validación de que el camino que hemos elegido, el biocentrismo, no es un romanticismo ingenuo o una propuesta new age, sino una forma profunda y rigurosa de entender nuestra realidad. Es la convicción de que, detrás de todo, hay una «chispa viva que observa, ama y busca comprenderse a sí misma.»
El trabajo de Faggin me recuerda que el avance más importante no es crear máquinas más inteligentes, sino reconectar con la conciencia que nos hace humanos… y, sobre todo, parte de la Vida.
Te dejo el video de Faggin donde habla de su recorrido y su modelo.
Amor y Servicio