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De los bits a la consciencia: el paradigma biocéntrico


Federico Faggin, el creador del microprocesador y una figura central de la era digital, nos invita a una de las reflexiones más urgentes de nuestro tiempo: ¿Qué es la consciencia? Para un hombre que ayudó a crear el cerebro de las computadoras, su respuesta es radicalmente distinta a la que la ciencia ha sostenido durante siglos. En lugar de ver la consciencia como un producto posterior y accidental del cerebro, Faggin la presenta como el fundamento mismo de la realidad.

Desde la visión biocéntrica, este no es un simple debate filosófico, sino una verdadera revolución: ni el universo es una vasta maquinaria; ni nosotros, seres conscientes, somos meros «accidentes» biológicos. La vida no se reduce a una lucha por la supervivencia de la materia. Esta visión sesgada, donde lo «invisible» y lo «no mensurable» no es suficientemente importante y por tanto, no puede ser tomado en cuenta en la teorías clásicas. Pero Faggin, desde la física y la computación, lo desafía todo. Nos dice que el universo es mucho más que bits y bytes. Para él, la consciencia es una propiedad intrínseca y fundamental de la realidad. Así como el espacio y el tiempo son propiedades del universo, también lo es la consciencia. Esta idea nos permite re-imaginar todo lo que creíamos saber. Si la consciencia es lo que anima el universo, entonces somos parte de un todo vivo y vibrante, en lugar de ser extraños en un mundo muerto.

Los bits y bytes: El mundo de lo computable
Para Faggin, el mundo de la computación es un universo de información, no de significado. Esto es clave para ir más allá del concepto de bits y bytes.

Un bit es la unidad de información más pequeña, un «dígito binario» que puede tener solo dos valores: 1 o 0. Un bit no tiene significado por sí mismo. Solo representa un estado: encendido o apagado, verdadero o falso, sí o no. Un byte es un grupo de 8 bits. Al combinar bits y bytes, se pueden crear secuencias que representan letras, números, imágenes y sonidos. Por ejemplo, la letra «A» podría ser representada por la secuencia binaria 01000001, y el color rojo podría ser 11111111 00000000 00000000.

El poder de las computadoras radica en su capacidad para manipular estas secuencias de 1 y 0 a una velocidad asombrosa. Pero, como Faggin subraya, este procesamiento es puramente sintáctico. La computadora no entiende lo que significa la «A» o lo que representa el color rojo. Solo sigue las reglas de un programa, un algoritmo predefinido. Es un sistema cerrado, que opera únicamente sobre la información que se le ha dado. La inteligencia artificial más avanzada, en su esencia, sigue siendo una manipulación de bits y bytes.

Incluso en la computación cuántica, donde la unidad de información es el cúbit (bit cuántico), el principio se mantiene. A diferencia de un bit clásico (que es 1 o 0), un cúbit puede existir en una superposición de ambos estados al mismo tiempo, o sea, puede ser 0 y 1 al mismo tiempo, lo que le permite procesar cantidades masivas de datos a una velocidad incalculable para los ordenadores actuales. Sin embargo, este es solo un paso más en la sofisticación de la manipulación de la información. El cúbit, a pesar de su complejidad, sigue siendo un sistema puramente sintáctico.

Este es el punto clave: un sistema puramente material y computable no puede generar qualia. No puede sentir. No puede experimentar. Lo que se puede medir y computar, como la cantidad de luz o la presión sobre la piel, es información, pero no es la experiencia cualitativa de ver un color o sentir un tacto.

Federico Faggin, ingeniero eléctrico y físico italiano.

Qualia: El Lenguaje de la Consciencia
La palabra «qualia» proviene del latín, donde el singular es quale, que significa «de qué tipo» o «cómo es». Fue introducida en la filosofía moderna por el filósofo estadounidense C. I. Lewis en 1929 para referirse a las cualidades subjetivas que no pueden ser descritas con información objetiva. Aunque el concepto de la experiencia subjetiva ha existido en la filosofía desde hace mucho tiempo, fue Lewis quien lo formalizó con este término.

Un robot puede procesar información sobre la longitud de onda de la luz, pero nunca sabrá lo que se siente ver el color rojo. Una máquina puede analizar las moléculas del chocolate, pero no puede experimentar su sabor. Los qualia son la esencia misma de nuestra experiencia subjetiva y cualitativa de las cosas: el sabor del chocolate, el color azul del cielo, el dolor de un corte, la alegría de un abrazo. Son las sensaciones, las emociones, los sentimientos. Son la evidencia irrefutable de la consciencia.

Faggin argumenta que la ciencia materialista no puede explicar los qualia, porque son la manifestación de una realidad interna y subjetiva que escapa a la lógica binaria de los ordenadores. No se pueden medir, pero son la única realidad que conocemos de primera mano: no necesitamos medir nada ni probar que lo sentimos; el hecho de que lo sentimos es una certeza absoluta por sí misma.

En este sentido, los qualia son la base sobre la que construimos todo nuestro conocimiento. El mundo exterior solo existe para nosotros a través de nuestros sentidos, que son los que nos proporcionan esas experiencias subjetivas. Sin la experiencia interna del tacto, el sonido o la vista, la información sobre el mundo físico sería algo sin significado.

Por eso, Faggin argumenta que la consciencia (la capacidad de tener qualia) no es un producto secundario de nuestro cerebro, sino el fundamento de nuestra realidad. Es la única parte del universo que experimentamos directamente, desde el interior.

Seidades y el Universo que se Conoce a Sí Mismo
Aquí es donde la visión de Faggin se vuelve profundamente biocéntrica. Él propone la existencia de los campos conscientes o seidades. Cada ser vivo, desde un simple alga hasta el ser humano, no es solo un cuerpo material, sino una seidad, un centro de consciencia unificado que se expresa a través de la materia; el observador interno que experimenta la vida.

Estas seidades no están aisladas. Son parte de una consciencia cósmica mayor, un universo que, en esencia, desea conocerse a sí mismo. Somos los ojos, los oídos, los corazones y las mentes a través de los cuales el universo toma consciencia de su propia existencia. Nuestra vida, con todas sus complejidades, alegrías y sufrimientos, es el proceso a través del cual la consciencia universal se manifiesta y se explora a sí misma. Es a través de nosotros que el universo adquiere significado.

Si el universo fuera solo un mecanismo ciego, no habría significado, no habría propósito. Pero si el universo es consciente, entonces cada interacción, cada emoción, cada pensamiento, es una parte vital de su autoconocimiento. La vida, en su infinita diversidad, es la forma en que la consciencia se ramifica y se explora a sí misma.

Esta propuesta no es nueva; trasciende el tiempo desde las culturas ancestrales hasta este tiempo de cambio y transformación, más allá del cientificismo, donde el nuevo paradigma biocéntrico nos lleva más allá de la pura información (bis y bytes) para el encuentro con el significado.

De la pasividad al protagonismo: En el paradigma materialista, somos observadores pasivos, un accidente sin importancia. La visión de Faggin nos convierte en participantes activos. El universo se conoce a sí mismo a través de nuestras experiencias, por lo que cada qualia, cada pensamiento y cada emoción que tenemos son una parte vital del proceso cósmico. Nuestra existencia no es un error, sino una pieza fundamental del puzzle. En este marco, el simple acto de saborear una fruta, de sentir el viento o de reír con un amigo no es trivial, sino una manifestación del universo experimentando la riqueza de su propia existencia. Somos, en esencia, el instrumento a través del cual el universo adquiere conciencia de su belleza y complejidad.

De la desconexión a la interconexión: El materialismo nos ha enseñado a ver la naturaleza como un recurso o algo ajeno. El concepto de las seidades nos muestra que todos los seres vivos son centros de consciencia. Esto nos conecta directamente con todo lo que nos rodea. El «sentir» del planeta se convierte en un sentir compartido. La belleza de la naturaleza se experimenta como nuestra propia belleza. Esta visión derriba las barreras entre nosotros y el entorno. Un árbol no es solo un objeto, sino una seidad, un campo consciente. Al sentir esta conexión, el respeto y la empatía por toda forma de vida surgen de forma natural. Ya no protegemos la naturaleza por obligación, sino porque reconocemos su consciencia inherente, sabiendo que somos parte de un mismo tejido vivo.

El sentido de la existencia: En este contexto, la vida no es algo que ocurre a nosotros, sino algo que somos, tal como propone el principio biocéntrico postulado por Rolando Toro. La propuesta de Faggin nos lleva a una de las preguntas más importantes: ¿por qué estamos aquí? Y nos da una respuesta: para que el universo pueda experimentarse a sí mismo a través de la vida, añadiendo un profundo sentido y significado a nuestra existencia. Esta perspectiva nos da un propósito que va más allá del éxito personal o la supervivencia biológica. Nuestro propósito es ser, sentir y experimentar; es contribuir a la gran sinfonía del conocimiento cósmico.

Al abrazar esta visión, nos liberamos de la pesada carga de ser algo que nos han dicho que somos o debemos ser. Nos conectamos con la red de vida que somos. Entendemos que nuestra experiencia no es un fallo o una ilusión, sino la evidencia más clara de que somos parte del tejido mismo del universo. Somos el universo experimentándose a sí mismo. La vida no es solo materia, sino la expresión más alta de la consciencia.

La propuesta de Federico Faggin no es solo una nueva teoría científica; es un llamado a un despertar. Es la validación desde el corazón de la ciencia de lo que la filosofía biocéntrica siempre ha sostenido: la vida y la consciencia no son un añadido, sino la esencia de todo lo que es.

Yo no soy experta en filosofía, ni en cuántica, así que lo que comparto contigo es fruto de lo mucho que leo, y de la inmensa curiosidad que tengo de comprender el sentido y el significado del vivir. Cada vez que encuentro una información que nutre mi entendimiento interno y resuena más allá de lo que hemos aprendido en la educación bancaria, como dice Paulo Freire, me gusta compartirlo, no porque sea novedoso. Es porque todo el conocimiento ancestral de la Sabiduría perenne, que resuena y sigue sonando, tiene muchas maneras de expresarse, pero es un mismo mensaje.

El paradigma biocéntrico, que empezó a postularse es la década de los 60, hoy ya es una realidad cada vez más aposentada, más valorada, más digna, más resonante. El mundo está cambiando, siempre lo ha hecho y mientras siga siendo curioso, seguirá en constante transformación. La clave está, ¿desde dónde vivencio este cambio inevitable? Ya no hay donde agarrarse. Lo «nuevo» rompe esquemas, patrones obsoletos, creencias y teorías que sustentan un mundo que ya está dejando de existir para dar paso a otra vivencia, la biocéntrica.

Te leo en los comentarios. Nos mueve el Amor y el Servicio