Teoría de Biodanza

Vivencia integrativa: la mente de Chardin y el arraigo simbiótico de Toro

La crisis ecológica y existencial que vivimos en estos tiempos requiere trascender la visión lineal de la evolución, en pro de una mirada sistémica, biocéntrica e integrativa. Nos urge incorporar la vivencia de procesos complejos e indivisibles que incorporen diferentes visiones que, si las miramos por separado, puedan parecer opuestas pero que desde una perspectiva integradora convergen y suman.

Esta es la intención de este nuevo artículo, que complementa al anterior “La sinfonía de Convergencia Biocéntrica: el Amor, la Consciencia y La Evolución en Teilhard, Toro y Fagin”. La Integración Humana propuesta por Rolando Toro, puede explicarse de muchas maneras, pero hoy quiero centrarme en la sinergia continua entre dos ejes o movimientos complementarios entre sí: la Convergencia Consciente (Teilhard de Chardin) y el Arraigo Simbiótico (Rolando Toro).

El objetivo de este artículo es que la Noosfera se encarne en la Biosfera, superando la histórica disociación entre mente y matriz de la vida, y así alcanzar una Integración Éticamente completa. Para ello voy a centrarme en tres puntos clave:

  1. De la antropocentralidad implícita de la Noosfera (Chardin) al principio biocéntrico (Toro): para evitar la disociación de ambas miradas (antropocéntrica y biocéntrica), la conciencia de la convergencia (Noosfera) debe ponerse al servicio del sistema viviente.
  2. De la reflexión humana (Chardin) al espectro biológico (Toro): la integración humana requiere de la mente unificada (Reflexión-Chardin), y la certeza profunda del cuerpo conectado (Inconsciente Vital-Toro)
  3. Del Punto Omega (Chardin) a la Integración continua y Ecológica (Toro): El proceso de convergencia (Punto Omega) solo se completa cuando se le suma la dimensión ética al transformarse en un proceso de Regeneración Continua y Ecológica (Principio biocéntrico).

Punto 1. De la antropocentralidad implícita de la Noosfera (Chardin) al principio biocéntrico (Toro)

La obra de Pierre Teilhard de Chardin, jesuita, paleontólogo y teólogo francés se centra en una visión cosmológica integradora de la evolución. Para Chardin el universo no es aleatorio y casual, sino un proceso dinámico y direccional (gráficamente lo representa con una flecha), regido por la Ley de Complejidad-Conciencia (Loi de Complexité-Consciencie).

A medida que la materia se organiza en estructuras de mayor complejidad, la consciencia (la “psique interior”) aumenta correlativamente. Es un movimiento esencialmente vertical, de la materia a la mente, que nos direcciona a un propósito cósmico. Se inicia en la Geosfera (materia inanimada), dando lugar a la Biosfera (vida), de la que emerge una forma incipiente de consciencia, que culmina con la Noosfera (la esfera del pensamiento, la mente y la consciencia humana).

Esta direccionalidad ascendente se representa como un sistema de embonación (uno dentro de otro), siendo la Noosfera la capa última que envuelve la Tierra, donde se encuentra la mente colectiva y las interconexiones que surgen de la humanidad, representando según Chardin, el punto más alto de complejidad y reflexión conocido hasta ahora.

El surgimiento del ser humano o Hominización dentro de la evolución es el evento crucial donde la consciencia se vuelve reflexiva (le repli de l’être sur soi, se repliega sore sí mismo). Es cuando el ser humano no solo conoce, sino que sabe que conoce. Este hecho marca la transición de la evolución biológica a la evolución psicosocial (Noosfera), que para Chardin implica la integración total, en un centro convergente que llama Punto Omega hacia el que tiende irresistiblemente la Noosfera. El Punto Omega es entonces el punto de máxima consciencia, de máxima complejidad y de máxima unidad, o sea, el punto de plenitud existencial (sur-vie– sobre-vida).

Esta unificación intencional de la especie humana, superior a todas las demás especies por su capacidad reflexiva, es de personalización de manera que cada elemento se hace más complejo y único al unirse con los demás en una unidad de consciencia superior, que Chardin llama Amor o Caridad Cósmica, no como una fusión que diluye las personas en su singularidad, sino como una especificación que se dirige hacia un orden superior, un campo de conciencia colectiva; como lo hace cada célula de nuestro organismo entendido como un “todo”, que se especializa en sus funciones componiendo órganos y sistemas: el organismo funciona como el Punto Omega que atrae y da sentido a las partes, y las células representan la singularidad o personalización. No hay disolución, sino especificación para contribuir al todo.

Si bien el desarrollo de la consciencia reflexiva y la capacidad de unificación intencional marca el movimiento de la mente humana hacia la totalidad transcendente como una flecha direccionada hacia un objetivo final, esta direccionalidad necesita un ancla que incluya la vida no reflexiva (la Biosfera), el ancla simbiótica que Toro aporta con el Principio Biocéntrico.

El Principio Biocéntrico pone la Vida al centro, sin jerarquías funcionales. Toro no niega el fenómeno de la conciencia, sino que lo resitúa de manera que la Vida no es el resultado aleatorio de la combinación atómica: es un proyecto-fuerza que organiza el universo. La conciencia humana es una expresión altamente compleja de la Vida, pero no su único sentido ni su polo final. La sacralidad de la Vida se aplica a todo lo que existe, desmantelando así la idea de que la vida vegetal y animal es solo la base de la pirámide evolutiva. La sabiduría profunda, no verbal ni reflexiva que compartimos con el cosmos, no puede ignorarse o ser superada por lo reflexivo. Es en la integración simbiótica con la Biosfera y el Universo Viviente, donde radica el Inconsciente Vital postulado por Toro, que se garantiza la autorregulación, autopoiesis, conservación y evolución de todo cuando existe.

La Integración en sí exige un doble movimiento de la consciencia, como ocurre en la Danza de la Vida (yin-yang, luz-oscuridad…): mientras Chardin enfatiza la Consciencia Reflexiva para la plenitud del ser, Toro pone el foco en la Consciencia Biológica o el Inconsciente Vital, que remite a la sabiduría celular y a la memoria genética de la especie garantizando así la conservación y evolución de la vida en su totalidad. Son dos movimientos complementarios que convergen en una ética biocéntrica donde la evolución y la integración del ser, se da tanto en lo reflexivo como en lo simbiótico, de manera que el conocimiento y la consciencia unificada retornan al ciclo vital (el centro) para garantizar la continuidad de la matriz organizadora.

Punto 2. De la reflexión humana (Chardin) al espectro biológico (Toro)

La complementariedad de Chardin y Toro se da cuando examinamos cómo conceptualizan la consciencia. Chardin la percibe como un fenómeno que culmina, mientras que para Toro la conciencia es una cualidad inherente y expandida de la vida. Veamos con detalle estos puntos:

• Para Chardin la consciencia o “psique interior”, es intrínseca a toda materia (la “cara interna” de las cosas) pero su relevancia evolutiva se dispara con el fenómeno de la reflexión (volver sobre sí mismo) que se da en la transición de la Biosfera a la Noosfera, Esta conciencia reflexiva es el motor que permite la unificación intencional hacia el Punto Omega. En este modelo, las formas de consciencia o “psique interior” presentes en animales y plantas, se consideran pre-consciencia o consciencia inmediata, con una capacidad limitada o nula para la convergencia teleológica, o sea, no pueden entender su naturaleza, de manera que la integración plena pasa necesariamente por la capa de la mente humana.

• Para Toro la consciencia es una cualidad de la Vida en sí misma, manifestada de forma diversa en todo el espectro biológico. Reside en las células y garantiza la autorregulación y conservación de la vida. Es como una inteligencia que compartimos con el resto del reino biológico que Toro llama Inconsciente Vital. La cultura, la educación, las costumbres y los hábitos antropocéntricos nos han desvinculado de esta “sabiduría innata» que evoca en sí misma la pertenencia al sistema viviente mayor. Para que el ser humano restaure esta disociación, Toro propone la vivencia integrativa biocéntrica que, en Biodanza y Educación Biocéntrica, es el vehículo práctico o el “laboratorio” para activar la consciencia cenestésica en pro de la expresión saludable de las Cinco Líneas de Vivencia (vitalidad, sexualidad, creatividad, afectividad y trascendencia), a través de la música, el movimiento, el grupo, el canto y la consigna.

Para Toro la consciencia no es solo una función pensante o reflexiva (Noosfera) sino también es una función sintiente y relacional (conciencia cenestésica) que nos vincula simbióticamente con el resto de la creación. Se despliega en dos direcciones que danzan unidas entre sí: la unidad trascendente del pensamiento y la unidad inmanente de la biología.

Como síntesis a este punto diría que el ser plenamente integrado es aquel cuya mente está unificada y dirigida (Chardin) y cuyo cuerpo y sentir están arraigados en el flujo continuo de la vida (Toro). La aportación más significativa para mí es que la propuesta de Toro no es sólo teórica, sino metodológica, aplicando el Principio Biocéntrico en el sistema Biodanza y la Educación Biocéntrica.

Punto 3. Del Punto Omega a la Integración Biocéntrica

El Punto Omega es el punto externo de máxima complejidad y convergencia, de manera que la conciencia lograda transcienda el fin entrópico del planeta y asegure así la permanencia, hacia una dimensión de plenitud a otro plano o dimensión, en un destino del proceso evolutivo fuera de la Bios.

Para Toro la integración del ser sólo puede validarse si se transforma en acción simbiótica y regeneración continua, asumiendo la inmanencia del ciclo vital, como proceso continuo, tal como lo ejemplifica la analogía de la semilla y el fruto: el fruto (consciencia personalizante o singular del Punto Omega) es la culminación de un proceso biológico evolutivo (Chardin). La plenitud del fruto se demuestra en su capacidad de regresar al ciclo vital (semilla) asegurando la regeneración continua y ecológica de la Biosfera.

El fin último o teleológico del Punto Omega propuesto por Chardin, donde la conciencia se personaliza y trasciende la muerte entrópica del planeta, desde la mirada biocéntrica de Toro se transforma en un proceso continuo de renovación orgánica y reeducación afectiva en el ciclo vital, cuyo objetivo es la alegría de sentirse vivir y la conciencia de honrar y preservar la vida en todas sus manifestaciones, sin aspirar a un escape porque la vida es sagrada.

La flecha de la evolución de Chardin se transforma en un ciclo de vida sintiente que restaura el vínculo con el cosos y todo lo viviente.

La complementariedad de estas dos visiones (Chardin y Toro) nos marca una hora de ruta donde la dirección unificadora de la mente y la voluntad, danzan con la certeza de la corporeidad viviente arraigada en el Inconsciente Vital hacia el Inconsciente Numinoso. El ser humano deja de ser visto como la cúspide que se separa para ascender, y se convierte en la expresión de la sabiduría biológica (Biosfera) en acción consciente y ética (Noosfera) para el beneficio del sistema completo.

Par a mí, ambas visiones son dos grandes propuestas de pensamiento, complementarias, danzantes, inclusivas y reveladoras en estos tiempos de cambio real tan convulsos y aparentemente caóticos.

La Vida nos guía. El Amor nos une. El Servicio nos mueve.

Biodanza

Qué distingue Biodanza de otros sistemas

La Teoría de la Resonancia Mórfica del biólogo Rupert Sheldrake postula que la conducta de una especie cambia cuando las modificaciones dentro de ella alcanzan un nivel crítico o número concreto de sujetos, llegando a transformar hábitos de la especie entera. Ken Keyes, Jr. escribió la versión más extendida del relato alegórico a la teoría titulado «El centésimo mono», y dice así:

Durante treinta años, un grupo de científicos se dedicó a estudiar las colonias de monos que habitaban diversas islas, separadas entre sí, en las inmediaciones de las costas de Japón. A fin de hacer que los monos bajaran de los árboles para poder estudiarlos de cerca, los investigadores solían arrojar boniatos en la playa a modo de cebo, y cuando los monos acudían a saborear el almuerzo gratuito, tenían ocasión de observarlos en detalle cómodamente. Un buen día, una mona de dieciocho meses a la que llamaban Imo se acercó a lavar su boniato al mar antes de comérselo; supongo que sabía mejor limpio de arena o de pesticidas, o quizás adquiría de ese modo un ligero gusto salado que resultaba agradable al paladar. Imo enseño a hacer eso a sus compañeros de juego y a su madre; sus compañeros se lo enseñaron a sus madres y paulatinamente fueron cada vez más los monos que empezaron a lavar sus boniatos en lugar de comérselos rebozados de arena. Al principio sólo las hembras adultas aprendieron a hacerlo a imitación de sus crías, pero poco a poco otros aprendieron también.

Al cabo de un tiempo, los científicos se dieron cuenta de que todos los monos de la isla lavaban sus boniatos antes de llevárselos a la boca. Pero, aún cuando ése era de por sí un hecho significativo, fue aún más fascinante descubrir que aquella alteración de la conducta no se había producido en esa isla únicamente, sino que, de pronto, los monos de todas las demás islas habían empezado  también a lavar sus boniatos a pesar de que nunca había existido contacto directo entre las colonias de monos de unas islas a otras.

He escogido este relato para desarrollar lo que distingue la Biodanza de otros sistemas enfocados al autoconocimiento y la expresión saludable del ser.

En el relato, Imo tiene la iniciativa de lavar su boniato en el mar y la place, por lo que decide enseñar a sus colegas de juego y su madre. El impulso que la transformación es el placer, y el siguiente gesto es compartirlo a su comunidad más cercana: sus hermanas y colegas de juego y después su madre.  En Biodanza trabajamos desde la conexión con la alegría de vivir porque reconocemos nuestra naturaleza profundamente placentera a pesar de haber integrado el mensaje «vivir es sufrir» inculcado durante varios siglos por nuestra sociedad enferma de poder. Ningún animal nace con sufrimiento excepto el ser humano. Nos cabe recordar (del latín recordare, volver a pasar por el corazón) que parir es con orgasmo y ese es el diseño de nuestro organismo; estamos diseñados para vivir en el placer, la alegría, el erotismo, la satisfacción, la confianza, el valor, la solidaridad, la nutrición. Consciente de ello, Biodanza potencia las funciones originarias, los instintos, para regresar a nuestro ser esencial, despertarle e impulsarlo a la conexión con su naturaleza primordial, recuperando así la natural alegría de vivir.

Vivir es un acto comunitario, donde singularidad y diversidad son artífices indispensable de la abundancia y el equilibrio armónico de la vida. Nosotros somos vida, aunque vivamos enfocados en la muerte como finitud. Biodanza sintoniza con la naturaleza cíclica del cosmos, por eso siempre trabaja de forma circular, manteniendo la espiral de la evolución en cuyo centro se encuentra la evolución saludable de la vida.

Hasta aquí no parece que haya grandes diferencias con otros sistemas pero la realidad es que hay distinciones primordiales que singularizan los resultados de Biodanza Rolando Toro. Son:

  • El inconsciente vital definido como psiquismo de células y órganos, que responde a estímulos externos e internos en función de la memoria primigenia que repite fractalmente patrones de comportamiento como: defensa, afinidad, rechazo, asimilación, solidaridad,… y una basta red comunicativa.
  • La inteligencia afectiva que es la base estructural de todas las demás inteligencias y que condiciona nuestra expresión de «ser en la vida».
  • El principio biocéntrico que sitúa la vida y su evolución en el eje central de toda creación, viviendo desde una perspectiva profundamente ecológica.

Para conseguir que esa masa crítica se de y que el centésimo mono transforme la manera de vivir de la humanidad en un mundo basado en el respeto a la singularidad y la diversidad, promoviendo acciones en pro de la vida, Biodanza propone círculos y más círculos de encuentro con nuestra naturaleza primordial capaz de generar el cambio de paradigma existencial. En esos círculos, se proponen vivencias integradoras a través de músicas escogidas, movimiento/danza, juegos, arte y situaciones de grupo que inciden en la inteligencia afectiva y el inconsciente vital, reeditando así nuestra expresión del ser hacia una vivencia de totalidad.

Biodanza es para vivirla. Si te llama la atención, no dudes en participar de la Danza de la Vida. Visita la web de profesionales de Biodanza Rolando Toro de toda Iberia BiodanzaYa - Mejor para encontrar tu grupo más cercano.

Biodanza

Carl G Jung: antecedentes psicológicos de Biodanza

Tal y como dice Raúl Terrén en su carta dedicada a Rolando Toro el 27 de febrero de 2010, «(…) Einstein y Heisenberg te enseñaron el pensamiento cuántico, Freud y Jung te iniciaron en el misterio humano (…). »  Efectivamente, Jung fue una de las fuentes de inspiración más influyentes para Rolando Toro en el proceso de creación del Sistema Biodanza. Los fundamentos psicológicos de la Teoría de Biodanza están basados mayoritariamente en la vida y obra de Jung. Me parece interesante también las analogías de Rolando Toro y Carl G Jung en su búsqueda constante del conocimiento y entendimiento del ser, llevándoles a viajar por todo el mundo hallando respuestas,  ampliando percepciones y desarrollando su propia teoría.

He encontrado un trabajo que realicé sobre Jung hace muchos años. En él he encontrado citas de su correspondencia abundante mantenida con muchas personas en todo el mundo, pensamientos, vivencias y recuerdos dictada a Aniela Jaffé colaboradora personal de Jung que sirvieron para escribir su autobiografía recogida en un libro titulado -Jung, su vida, su obra, su influencia, Gerhard Wehr, (1991) Paidós Testimonios. Me place compartir un breve resumen de su pensamiento con la finalidad de ampliar los antecedentes de los aspectos psicológicos de Biodanza.

Carl G Jung
Carl G Jung (1875-1961)

Carl G Jung afirma que la meta del desarrollo anímico es el proceso de convertirse en uno mismo (individualización), en cuyo transcurso las grandes polaridades u opuestos de la vida se fusionan en una unidad: consciente e inconsciente, luz y oscuridad, masculino y femenino, anima y animus (feminidad y masculinidad interna).

Para corroborar esta visión, Jung pasó 45 años de su vida para que las experiencias propias pudieran formularse científicamente y trasladarlas a la práctica terapéutica;  de ahí que para poder ejercer de psicoanalista junguiano se requiere vivir en sí mismo el proceso del entendimiento racional a la comprensión. En Biodanza también es un requisito imprescindible participar, durante los 3 años de formación como facilitadora más uno más de presentación de tesis de titulación, en un grupo regular de Biodanza pasando por las etapas de iniciación, profundización y radicalización de vivencias.

Sus experiencias le llevaron a decir «Son aún demasiado pocos los que buscan en su interior, en su propio Sí-mismo. (…) A cada uno individualmente le hace falta subversión, violencia interna, disolución de lo existente, renovación, pero no imponer a sus semejantes hipócritamente el manto del cristiano amor al prójimo o del sentimiento de responsabilidad social… Se requiere de conocimiento de sí mismo por parte de cada uno, regreso de cada uno al fundamento de la esencia humana y de su certidumbre social e individual».  

Consciente de los complicados fenómenos anímicos  del ser humano, hacia el año 1910, Jung concluye que existe una función mediadora entre consciente e inconsciente, racional e irracional a la que llama » función trascendente» que consiste en una sucesión de fenómenos que aparecen espontáneamente en sueños y visiones. Sus estudios sobre mitología le llevan a pie del Nilo en Egipto, donde estudia el saber de Osiris, de Horus y su antagonista Set, concluyendo que la naturaleza humana tiene la necesidad de liberarse de las tinieblas para ir a la Luz y seguir así sincronizados a los ciclos vitales representados en la naturaleza como día/noche, Sol/Luna, vida/muerte, oscuridad/luz…

Este entendimiento le lleva a las preguntas ¿cuál es realmente la meta de este proceso, del viaje a los más profundo del propio interior? Impulsado por su interior, inicia esbozos y dibujos circulares que terminan siendo mandalas (en sánscrito, «círculo») descubriendo que: «Sólo gradualmente llegué a advertir lo que es realmente el mandala: formación-transformación, conservación eterna del sentido eterno, y eso es el Sí-mismo, la totalidad de la personalidad (…)».

A inicios de 1925 viaja a Nuevo México para visitar los indios taos en la meseta de Taos, donde conoce a Ochwiä Biano, Lago de Montaña, cuyo nombre civil es Antonio Mirabal.  Éste le hablaba de la locura de los hombres blancos porque sólo piensan con la cabeza y no con el corazón y así han perdido la capacidad de comprender la vida y al ser humano. Le dice sinceramente que el hombre blanco ha perdido el alma y eso se manifiesta en su fisonomía, en la mirada, los rasgos faciales. Jung dice al respecto: «Por primera vez en mi vida alguien me había trazado el retrato del ser humano verdaderamente sabio. Aquel indio había tocado nuestro punto más vulnerable y descubierto algo para lo que nosotros somos ciegos. Sentí como si algo desconocido pero interiormente familiar ascendiera en mí como una niebla informe y de esa niebla se desprendía una imagen tras otra». Para Jung las palabras de Lago de Montaña amplían su conciencia a una percepción sagrada y sublime que desconocía. Incluso en su último año de vida, con ochenta y cinco años, escribe: «Nos hace falta urgentemente una verdad o una concepción semejante a la de los egipcios de la Antigüedad, como la que encontré aún viva entre los taos-pueblo«. Estamos en los cincuenta años de Jung, en 1925.

Estudia el I Chin – Libro de las transformaciones donde se recoge la sabiduría ancestral china. Este estudio de los oráculos le hace concebir el fenómeno que Jung define como «sincronicidad».

En sus viajes a África, Jung entra en contacto con los rituales de veneración a la Luna y al Sol, con la inmersión sagrada con la Madre naturaleza y regresa del viaje de 1925, que dura casi una año, relatando que la creación, aparentemente infinita con sus gigantescas dimensiones, sólo puede quedar completa mediante el hombre, ya que éste se convierte en co-creador del mundo. «Es la conciencia humana la que crea sentido y confiere al hombre el lugar estable en el gran proceso del devenir que se produce en el cosmos». 

El estudio de la Alquimia le proporciona los fundamentos históricos para sus teorías y conclusiones. En la Alquimia Jung descubre que « quien busca seriamente la piedra filosofal (transformación de la materia) y el elixir de la vida (transformación de la vida humana) y se esfuerza en representarlo en forma química, descubre el arte del conocimiento espiritual y físico, un camino de autotransformación representado en la Alquimia como la transmutación de la materia». Jung comprende que el proceso de individualización del ser no puede completarse sin la vivencia de la muerte como integradora del proceso de transformación en el Ser Integral.

Se adentra en el estudio y práctica del yoga Kundalini. Viaja a la India por varios meses y es tal su inmersión que quieren convertirlo en precursor de la espiritualidad oriental en occidente, pero Jung dice al respecto: «… su sabiduría les pertenece y a mí me pertenece sólo lo que surge de mí mismo. En Europa, sobre todo, no puedo tomar nada prestado de oriente, sino que debo vivir desde mí mismo(…)»

El «mundo de la psique», tal como dice Jung, es un redescubrimiento individual que se halla en el «organismo anímico de cada individuo.

La vivencia de autotransformación de Jung le llevan a definir el inconsciente colectivo que trasciende al individuo, a la psique individual para ayudarle a encontrar el Ser Integral, mediante imágenes psíquicas del inconsciente colectivo que son patrimonio común de la humanidad a las que Jung denomina arquetipos.

Rolando Toro también se nutre de múltiples viajes por el mundo en búsqueda de conocimiento integrador. Una de sus aportaciones al mapa psicológico del ser es el inconsciente vital, el psiquismo de células y órganos, su memoria arcaica viviente como fractal de la leyes que rigen la Vida. Órganos y células tienen memoria primigenia: sistemas de defensa, afinidad y rechazo, solidaridad y una basta red de comunicación y de formas de comunicarse; un verdadero funcionamiento integrado que origina los estados de humor relacionados con la condición de equilibrio, vitalidad y salud del organismo. Este psiquismo celular, no se nutre de ideas ni imágenes ya que sólo responde a estímulos externos y principalmente internos.

El inconsciente vital aportado por Rolando Toro  se fundamenta (entre otras) en la teoría de la simbiogénesis o sociedad cooperativa de genes, defendida por Lynn Margulis en 1981, que sostiene que el primer medio de evolución para organismos superiores sería los ordenamientos simbióticos que llegan a ser permanentes y por tanto crean nuevas formas de vida. Los estudios sobre neurociencia explicando la formación sináptica y sus mecanismos, los estudios de biología de los chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela, Fritjof Capra físico austríaco, el psicólogo Lev Vigotsky, el químico ruso Ilya Progogine, y muchos otros pensadores, investigadores, filósofos, artistas, científicos, antropólogos, fecundan el pensamiento evolutivo y confirman recíprocamente la teoría del inconsciente vital que sustenta la metodología de Biodanza.

«Lo importante no es la tendencia o metodología de determinadas escuelas psicológicas, sino la integración de las ideas-fuerzas que han surgido sobre el ser humano, sobre la dinámica de su psiquismo y de su comportamiento. La imagen del ser humano actual no es obra de un sólo pensador (…)». Gittith Ariela Sánchez Padilla en Teoría de la complejidad: Neurociencias y Biodanza.