Teoría de Biodanza

Sistemas vivientes en la teoría de Biodanza

Nos encontramos en el punto 6 – Sistemas Vivientes – de la Teoría de Biodanza publicada por ALAB en 1991, el capítulo 1 donde Rolando Toro desarrolla el concepto de “Danza de la Vida”.

Cuando estudiamos los sistemas vivientes podemos observar una constante que se repite: la adaptabilidad para conservar el equilibrio funcional. Si bien la Vida se rige por un Orden Cósmico universal, su expresión singular y diferenciada es altamente compleja. Esa complejidad adaptativa es llamada plasticidad biológica.

La plasticidad biológica alude a la capacidad celular y de los organismos para adaptarse a los cambios producidos en el medio y modificar sus propiedades sinápticas, morfológicas, inmunitarias, entre otras. Se había dado por hecho que las células tenían una función y un comportamiento diferenciado, fijo y estable, pero los avances científicos han demostrado que el acontecer del vivir, incluso en su fractalidad más minúscula como es el comportamiento de las células, corresponde a un proceso dinámico que puede llegar a modificar la estructura celular y conformar otra que configure un organismo entero diferenciado. O sea, que hay células pueden modificar su destino final si el medio en el que habitan así lo exige, como por ejemplo las células en su fase embrionaria. Las investigaciones afirman que si las células embrionarias se trasplantan y se exponen a un micro entorno distinto, modifican su función de manera que los factores epigenéticos[1] (gen y entorno) marcan la variabilidad fenotípica.

Es verdad que la determinación genética propone caminos de solución altamente específicos pero la especificidad de los organismos está ligada a principios organizacionales propios de su capacidad para “renovarse y establecer nuevos equilibrios a partir de ciertos estados de desorden”. En este sentido, quisiera recomendarte la lectura del libro La Biología de la creencia del biólogo celular Dr. Bruce H Lipton que aporta datos muy interesantes que complementan lo abordado en este tema.

Seguimos en el texto de Rolando Toro y nos encontramos con una cita de Edgar Morín y la transcripción de un párrafo del autor que dice así:

la máquina artificial, luego que constituida, sólo puede comenzar degenerando, mientras que la máquina viva, aunque temporalmente, es no-degenerativa, es decir, apta para aumentar su complejidad”.

Esta renovación biológica me lleva a Humberto Maturana y Francisco Varela[2], creadores del término autopoiesis, aunque Rolando no los nombre en el texto.

Autopiesis es la capacidad de adaptabilidad de un sistema a su entorno, de manera que la red propia de su sistema puede crear o destruir elementos del mismo sistema, como respuesta a las perturbaciones del medio, pero, aunque el sistema cambie estructuralmente, la red permanece manteniendo la identidad del sistema durante toda su existencia. En otras palabras, se autogenera a sí misma cuando algo externo incide en el sistema y su equilibrio pide una adaptabilidad para continuar vivo, entonces referenciándose en sí mismo, se auto recrea. En el caso del cáncer, cuando ya el sistema no puede regenerarse, colapsa y el organismo muere, pero también existen casos de remisión espontánea, renovando el equilibrio funcional provocado por el cambio de un estilo de vida.

Francisco Varela describe tres criterios que validan el sostén de un sistema autopoyésico:

  1. Borde semipermeable. Constituido por componentes moleculares que discriminan entre interior y exterior del sistema.
  2. Red de reacciones: los componentes de la barrera o borde semipermeable son producto de una red de reacciones que opera al interior de la barrera.
  3. Interdependencia. La red de reacciones es generada por condiciones producidas por la existencia de la misma barrera. O sea, 1 y 2 son interdependientes.

Varela no estaba de acuerdo en extrapolar la autopoiesis a otros campos y Maturana sí, así que se distanciaron, lo que no impidió que la capacidad autopoyésica de los sistemas vivas, siguiera su curso, tal  y como lo hizo la teoría de las Redes de Niels Jerne (1974), ésta sí nombrada por Rolando en el texto, que explica el funcionamiento del sistema inmunológico adaptativo, reconociéndolo como una red interactiva de linfocitos y moléculas que tienen componentes conectados que interactúan en tolerancias y afinidades, como una red comunitaria para el equilibrio del sistema mayor. Esta teoría de Redes, incide en la importancia de los procesos de innovación y creación biológica, que pueden extenderse a otros campos como la sociología, la psicología, la economía, etc.

Rolando hace énfasis en la necesidad de “acostumbrarnos a pensar holísticamente el organismo” y olvidar las dialécticas que impiden la concepción sistémica del ser humano. no en vano estamos desarrollando el concepto de Danza de la Vida y si nos referenciamos en ella veremos que todo cuanto existe, aunque singular es un unidad a la vez, comparten esta paradoja asombrosa que se repite en el micro y el macro pues todo es Vida. Enmarcar la concepción de la Vida desde el pensamiento sistémico propicia comprender la realidad como un sistema de objetos interconectados con otros subsistemas y sistemas mayores, que permanecen unidos para la recreación de más vida en la misma vida. Esto nos habla de nosotros también, aunque cueste de creer. Somos Vida, no lo olvides. No soy alguien o algo viviendo la Vida. Soy la propia Vida expresándose a sí misma.

Rolando termina el texto diciendo: “La dialéctica Taoísta o la occidental, deben considerarse superadas por el pensar sistémico”. Cuando dice occidental no sé qué quiere decir exactamente, pero en referencia al pensamiento taoísta, manifiesto mi sorpresa ante tal afirmación ya que el Tao, si hablamos de pensamiento sistémico, es el pensamiento sistémico por excelencia desde hace miles de años, antes que existiera el concepto, y si no que se lo digan a Fritjof Capra en su magnífico libro El Tao de la Física, que te recomiendo.

Amor y Servicio


[1] La Epigenética es el estudio de los cambios en la función de los genes que son hereditarias y que no se pueden atribuir a alteraciones de la secuencia de ADN.

[2] Humberto Maturana y Francisco Varela. De máquinas y seres vivos (1973)

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