La crisis ecológica y existencial que vivimos en estos tiempos requiere trascender la visión lineal de la evolución, en pro de una mirada sistémica, biocéntrica e integrativa. Nos urge incorporar la vivencia de procesos complejos e indivisibles que incorporen diferentes visiones que, si las miramos por separado, puedan parecer opuestas pero que desde una perspectiva integradora convergen y suman.
Esta es la intención de este nuevo artículo, que complementa al anterior “La sinfonía de Convergencia Biocéntrica: el Amor, la Consciencia y La Evolución en Teilhard, Toro y Fagin”. La Integración Humana propuesta por Rolando Toro, puede explicarse de muchas maneras, pero hoy quiero centrarme en la sinergia continua entre dos ejes o movimientos complementarios entre sí: la Convergencia Consciente (Teilhard de Chardin) y el Arraigo Simbiótico (Rolando Toro).
El objetivo de este artículo es que la Noosfera se encarne en la Biosfera, superando la histórica disociación entre mente y matriz de la vida, y así alcanzar una Integración Éticamente completa. Para ello voy a centrarme en tres puntos clave:
- De la antropocentralidad implícita de la Noosfera (Chardin) al principio biocéntrico (Toro): para evitar la disociación de ambas miradas (antropocéntrica y biocéntrica), la conciencia de la convergencia (Noosfera) debe ponerse al servicio del sistema viviente.
- De la reflexión humana (Chardin) al espectro biológico (Toro): la integración humana requiere de la mente unificada (Reflexión-Chardin), y la certeza profunda del cuerpo conectado (Inconsciente Vital-Toro)
- Del Punto Omega (Chardin) a la Integración continua y Ecológica (Toro): El proceso de convergencia (Punto Omega) solo se completa cuando se le suma la dimensión ética al transformarse en un proceso de Regeneración Continua y Ecológica (Principio biocéntrico).
Punto 1. De la antropocentralidad implícita de la Noosfera (Chardin) al principio biocéntrico (Toro)
La obra de Pierre Teilhard de Chardin, jesuita, paleontólogo y teólogo francés se centra en una visión cosmológica integradora de la evolución. Para Chardin el universo no es aleatorio y casual, sino un proceso dinámico y direccional (gráficamente lo representa con una flecha), regido por la Ley de Complejidad-Conciencia (Loi de Complexité-Consciencie).
A medida que la materia se organiza en estructuras de mayor complejidad, la consciencia (la “psique interior”) aumenta correlativamente. Es un movimiento esencialmente vertical, de la materia a la mente, que nos direcciona a un propósito cósmico. Se inicia en la Geosfera (materia inanimada), dando lugar a la Biosfera (vida), de la que emerge una forma incipiente de consciencia, que culmina con la Noosfera (la esfera del pensamiento, la mente y la consciencia humana).


Esta direccionalidad ascendente se representa como un sistema de embonación (uno dentro de otro), siendo la Noosfera la capa última que envuelve la Tierra, donde se encuentra la mente colectiva y las interconexiones que surgen de la humanidad, representando según Chardin, el punto más alto de complejidad y reflexión conocido hasta ahora.
El surgimiento del ser humano o Hominización dentro de la evolución es el evento crucial donde la consciencia se vuelve reflexiva (le repli de l’être sur soi, se repliega sore sí mismo). Es cuando el ser humano no solo conoce, sino que sabe que conoce. Este hecho marca la transición de la evolución biológica a la evolución psicosocial (Noosfera), que para Chardin implica la integración total, en un centro convergente que llama Punto Omega hacia el que tiende irresistiblemente la Noosfera. El Punto Omega es entonces el punto de máxima consciencia, de máxima complejidad y de máxima unidad, o sea, el punto de plenitud existencial (sur-vie– sobre-vida).
Esta unificación intencional de la especie humana, superior a todas las demás especies por su capacidad reflexiva, es de personalización de manera que cada elemento se hace más complejo y único al unirse con los demás en una unidad de consciencia superior, que Chardin llama Amor o Caridad Cósmica, no como una fusión que diluye las personas en su singularidad, sino como una especificación que se dirige hacia un orden superior, un campo de conciencia colectiva; como lo hace cada célula de nuestro organismo entendido como un “todo”, que se especializa en sus funciones componiendo órganos y sistemas: el organismo funciona como el Punto Omega que atrae y da sentido a las partes, y las células representan la singularidad o personalización. No hay disolución, sino especificación para contribuir al todo.
Si bien el desarrollo de la consciencia reflexiva y la capacidad de unificación intencional marca el movimiento de la mente humana hacia la totalidad transcendente como una flecha direccionada hacia un objetivo final, esta direccionalidad necesita un ancla que incluya la vida no reflexiva (la Biosfera), el ancla simbiótica que Toro aporta con el Principio Biocéntrico.
El Principio Biocéntrico pone la Vida al centro, sin jerarquías funcionales. Toro no niega el fenómeno de la conciencia, sino que lo resitúa de manera que la Vida no es el resultado aleatorio de la combinación atómica: es un proyecto-fuerza que organiza el universo. La conciencia humana es una expresión altamente compleja de la Vida, pero no su único sentido ni su polo final. La sacralidad de la Vida se aplica a todo lo que existe, desmantelando así la idea de que la vida vegetal y animal es solo la base de la pirámide evolutiva. La sabiduría profunda, no verbal ni reflexiva que compartimos con el cosmos, no puede ignorarse o ser superada por lo reflexivo. Es en la integración simbiótica con la Biosfera y el Universo Viviente, donde radica el Inconsciente Vital postulado por Toro, que se garantiza la autorregulación, autopoiesis, conservación y evolución de todo cuando existe.
La Integración en sí exige un doble movimiento de la consciencia, como ocurre en la Danza de la Vida (yin-yang, luz-oscuridad…): mientras Chardin enfatiza la Consciencia Reflexiva para la plenitud del ser, Toro pone el foco en la Consciencia Biológica o el Inconsciente Vital, que remite a la sabiduría celular y a la memoria genética de la especie garantizando así la conservación y evolución de la vida en su totalidad. Son dos movimientos complementarios que convergen en una ética biocéntrica donde la evolución y la integración del ser, se da tanto en lo reflexivo como en lo simbiótico, de manera que el conocimiento y la consciencia unificada retornan al ciclo vital (el centro) para garantizar la continuidad de la matriz organizadora.
Punto 2. De la reflexión humana (Chardin) al espectro biológico (Toro)
La complementariedad de Chardin y Toro se da cuando examinamos cómo conceptualizan la consciencia. Chardin la percibe como un fenómeno que culmina, mientras que para Toro la conciencia es una cualidad inherente y expandida de la vida. Veamos con detalle estos puntos:
• Para Chardin la consciencia o “psique interior”, es intrínseca a toda materia (la “cara interna” de las cosas) pero su relevancia evolutiva se dispara con el fenómeno de la reflexión (volver sobre sí mismo) que se da en la transición de la Biosfera a la Noosfera, Esta conciencia reflexiva es el motor que permite la unificación intencional hacia el Punto Omega. En este modelo, las formas de consciencia o “psique interior” presentes en animales y plantas, se consideran pre-consciencia o consciencia inmediata, con una capacidad limitada o nula para la convergencia teleológica, o sea, no pueden entender su naturaleza, de manera que la integración plena pasa necesariamente por la capa de la mente humana.
• Para Toro la consciencia es una cualidad de la Vida en sí misma, manifestada de forma diversa en todo el espectro biológico. Reside en las células y garantiza la autorregulación y conservación de la vida. Es como una inteligencia que compartimos con el resto del reino biológico que Toro llama Inconsciente Vital. La cultura, la educación, las costumbres y los hábitos antropocéntricos nos han desvinculado de esta “sabiduría innata» que evoca en sí misma la pertenencia al sistema viviente mayor. Para que el ser humano restaure esta disociación, Toro propone la vivencia integrativa biocéntrica que, en Biodanza y Educación Biocéntrica, es el vehículo práctico o el “laboratorio” para activar la consciencia cenestésica en pro de la expresión saludable de las Cinco Líneas de Vivencia (vitalidad, sexualidad, creatividad, afectividad y trascendencia), a través de la música, el movimiento, el grupo, el canto y la consigna.
Para Toro la consciencia no es solo una función pensante o reflexiva (Noosfera) sino también es una función sintiente y relacional (conciencia cenestésica) que nos vincula simbióticamente con el resto de la creación. Se despliega en dos direcciones que danzan unidas entre sí: la unidad trascendente del pensamiento y la unidad inmanente de la biología.
Como síntesis a este punto diría que el ser plenamente integrado es aquel cuya mente está unificada y dirigida (Chardin) y cuyo cuerpo y sentir están arraigados en el flujo continuo de la vida (Toro). La aportación más significativa para mí es que la propuesta de Toro no es sólo teórica, sino metodológica, aplicando el Principio Biocéntrico en el sistema Biodanza y la Educación Biocéntrica.


Punto 3. Del Punto Omega a la Integración Biocéntrica
El Punto Omega es el punto externo de máxima complejidad y convergencia, de manera que la conciencia lograda transcienda el fin entrópico del planeta y asegure así la permanencia, hacia una dimensión de plenitud a otro plano o dimensión, en un destino del proceso evolutivo fuera de la Bios.
Para Toro la integración del ser sólo puede validarse si se transforma en acción simbiótica y regeneración continua, asumiendo la inmanencia del ciclo vital, como proceso continuo, tal como lo ejemplifica la analogía de la semilla y el fruto: el fruto (consciencia personalizante o singular del Punto Omega) es la culminación de un proceso biológico evolutivo (Chardin). La plenitud del fruto se demuestra en su capacidad de regresar al ciclo vital (semilla) asegurando la regeneración continua y ecológica de la Biosfera.
El fin último o teleológico del Punto Omega propuesto por Chardin, donde la conciencia se personaliza y trasciende la muerte entrópica del planeta, desde la mirada biocéntrica de Toro se transforma en un proceso continuo de renovación orgánica y reeducación afectiva en el ciclo vital, cuyo objetivo es la alegría de sentirse vivir y la conciencia de honrar y preservar la vida en todas sus manifestaciones, sin aspirar a un escape porque la vida es sagrada.
La flecha de la evolución de Chardin se transforma en un ciclo de vida sintiente que restaura el vínculo con el cosos y todo lo viviente.
La complementariedad de estas dos visiones (Chardin y Toro) nos marca una hora de ruta donde la dirección unificadora de la mente y la voluntad, danzan con la certeza de la corporeidad viviente arraigada en el Inconsciente Vital hacia el Inconsciente Numinoso. El ser humano deja de ser visto como la cúspide que se separa para ascender, y se convierte en la expresión de la sabiduría biológica (Biosfera) en acción consciente y ética (Noosfera) para el beneficio del sistema completo.
Par a mí, ambas visiones son dos grandes propuestas de pensamiento, complementarias, danzantes, inclusivas y reveladoras en estos tiempos de cambio real tan convulsos y aparentemente caóticos.
La Vida nos guía. El Amor nos une. El Servicio nos mueve.


